14 dic 2016

Ver con los oídos


Leer Nº 278

Una instalación audiovisual generativa a partir de mediciones heliosismológicas, una obra sonora fotosensible, y hasta otra instalación electromecánica y también sonora, capaz de sugerir una distopía posecológica a partir de una lata recogida en el Cabo de Creus. Son descripciones de algunas de las creaciones que la Fundación Juan March aloja estos días en Madrid; en una exposición de título tan sugerente -y tan ambicioso- como Escuchar con los ojos. Arte sonoro en España, 1961-2016. Allí, una profusa documentación convive con cartelas mecanografiadas sobre cuartillas rayadas -que precisamente resaltan ese carácter documentativo- y con la obra expuesta propiamente dicha. El folleto divide la anterior en “sonora” y visual” y desvela cierta voluntad de “exhibir” sonido. Como la exposición misma, son planteamientos que piden a gritos, una y otra vez, sesudas revisiones dialécticas del tipo “qué es y qué no es esto o lo otro”. Más allá de la Estética y, en cualquier caso, pueden buscarse y encontrarse otras cosas allí; unos cuantos ingenios curiosos, si se quiere, con los que entretenerse cualquiera de las tardes lluviosas a las que suele acostumbrarnos esta época del año.

¿De qué se trata? De montajes, ensamblajes y constructos participativos venidos de una época en la que la interacción entre espectador y obra si acaso despuntaba, pero también de instalaciones diferidas cuyos elementos vemos expuestos, y cuyo audio se pone a nuestra disposición mediante sendos auriculares. De los cassetes para escuchar en auto reverse de Grand Mal Edicions (1986), de toda una escena underground basada en el carteo y envío internacional de cintas, y en la que brilla con especial intensidad el nombre de Esplendor Geométrico. También de propuestas mucho más recientes como 3Dsound Printer_Can (2015) u Observatory/ Lisa Joy (2014-2016), que suceden de algún modo al Disco Excéntrico (1978) de Maderuelo o a ese Paisajes Niños Máquinas (1988) de Lugán; un artefacto naif que necesita ser reparado -siempre pasa en este tipo de exposiciones- y que nos permite disparar manualmente la clase de sonidos que su nombre promete. Por supuesto, podría decirse mucho más de lo expuesto y “exhibido” -o viceversa, o las dos cosas- en la Juan March. No en vano, son más de cuatrocientas obras procedentes de algún momento de lo que ya supera más de medio siglo y, consecuentemente, muchos nombres también; Yturralde, Navarro Baldeweg, Valcárcel Medina, Cruz Novillo y Hugo Martínez Tormo, entre los que cabría citar.

En Escuchar con los ojos hay también mucho de ver con los oídos: en la grabación de un címbalo girando sobre un tocadiscos, en el Oleaje de frecuencias (2004) del último Lugán o en las cintas reversas que uno mismo puede reproducir, lo que se escucha puede evocar imágenes abstractas y muy visuales. Siguiendo con las reflexiones finales, el “desafío curatorial” del que se hace gala en el folleto y con respecto a “mostrar el sonido en espacios diseñados conforme a la lógica de la mirada”, no debería ser tal: la frase entrecomillada resume el que quizá sea el quid más importante del arte sonoro. No solo se trata de que, descontextualizado del espacio expositivo, probablemente pasaría a ser otra cosa, sino también de que no fue precisamente ayer -como quien dice- cuando se “exhibió” el sonido por primera vez. Aquel reto, de haberlo sido alguna vez, debería engrosar de largo las listas de lo asumido y normativizado. Por lo demás, Escuchar con los ojos merece transitarse con calma y ser celebrada por poner precisamente el ojo -y el oído- en las parcelas del arte contemporáneo menos conocidas por el espectador común; como se dijo en relación a las conversaciones celebradas en octubre, con Valcárcel Medina y Maderuelo, en el ciclo paralelo ofrecido por la fundación: por “hacer sonar esa especie de cara B, poco escuchada por el gran público, que pertenece por historia y por derecho a nuestra historia artística contemporánea”.