1 oct 2014

Paño, valija y escombro


Leer Nº 256

Los primeros días del otoño no suelen ser muy pródigos en oferta expositiva, al menos en Madrid, al generarse un pequeño paréntesis de baja intensidad entre clausuras e inauguraciones de las propuestas más ambiciosas. Despachado Cartier-Bresson, asignados sendos billetes de vuelta –12 de octubre- a Le Corbusier y Alma-Tadema (justo un día antes que Hamilton y dos que los Mitos del Pop del Thyssen), casi solo queda esperar un prometedor Impresionismo americano o ir entreteniéndose con ofertas como Depero futurista (1913-1950). Casi solo, porque siempre puede acercarse uno hasta Fuenlabrada para ver Cristobal Toral: Cartografía de un viaje (CEART, del 4 de septiembre al 26 de octubre de 2014).

Toral ha reivindicado recientemente la modernidad para sí, igual que hiciera Antonio López –más o menos tácitamente- con el postvanguardismo de hace unas décadas. En cualquier caso, la indeterminación intrínseca a un concepto como el de lo moderno dificulta un poco el darle o quitarle razón, especialmente tratándose de un figurativista en el que convergen pulsiones oníricas (a veces, vagamente cercanas a Magritte), trazas de un postmodernismo algo forzado y la indiscutible fidelidad a la tradición que hace su obra tan icónica y asimilable. Es, además (por los temas más que por los conceptos), un pintor de tránsitos y soledades que ha dedicado una buena parte del año a despedir a Don Juan Carlos y homenajear a la sufriente diáspora africana. Lo ha hecho con un par de piezas escenográficas que añaden un 2.0 a su mediático nombre. 

El carácter retrospectivo de Cartografía de un viaje permite constatar la evolución del pintor desde el tratamiento velazquesco de sus fondos de los setenta hacia su característico horror vacui. Vemos aquel en Los emigrantes y en El paquete (ambas de 1975); obra, esta última, próxima al hiperrealismo de López y Naranjo, y este –mucho más conceptualizado que en su pintura- en los ensamblajes de entre 2006 y 2014: medio-relieves que exhiben un interesante trabajo de composición espacial, alejado ya del Toral más relamido del siglo pasado. Todas estas técnicas mixtas custodian un La abdicación (2014), sin duda, más relevante por la polémica que viene suscitando que por el valor intrínseco que pueda adjudicársele.

La remisión de La abdicación y Valla de Melilla (2014) a sendos temas de actualidad patria resultará demasiado obvia a esnobs e intelectuales genuinos por igual, del mismo modo que entretendrá a un público más general y dispuesto a celebrar D´Aprés Las Meninas (1974-1975); versión toraliana de ese lienzo universal. Para los desinformados, decir que la primera es un contenedor de atrezo relleno de cascotes, alguna maleta –naturalmente- y un par de retratos desechados del anterior Rey. La segunda es un trozo de valla fronteriza, con su ominosa concertina ensangrentada y una cita de Camus a su vera. Son los highlights periodísticos de una muestra que ofrece más en la discreción de ítems como Díptico con equipaje (2012-2013) y en el reconocimiento despreocupado de la trayectoria de Don Cristobal. La visita puede completarse con otras cuatro exhibiciones alojadas en las plantas superiores del centro. Entre aquellas, podrá recorrerse la rápida 95 m², tiza sobre pintura de Roberto Corominas, que ofrecerá un interesante contrapunto a un mundo de paño, valija y escombro al que conviene viajar, al menos una vez en la vida.

Cristobal Toral. Díptico con equipaje. 2012-2013