7 sept 2016

De bosquianos contemporáneos


Son días de mares de tinta en torno a Hieronymus y su flamante exposición. No podía ser menos en un año Bosco -con el año Greco aún fresco, por cierto- en el que los fastos y las efemérides vienen conviviendo con alguna que otra polémica técnica. Una de las más sonadas, que tiene mucho de pique interinstitucional, es la degradación de La mesa de los pecados capitales a obra de taller por parte de un especialista holandés. Hay otras tantas atribuciones y desatribuciones que bajan por los ríos de letras, así como una fascinante piedra arrojadiza argumental: la fiabilidad o infiabilidad de los cotejos estilísticos. Ciertamente, puede verse en todo ello un problema de subjetividad muy parecido al que habita esta reseña, bien que aquí no se trate de demostrar nada a nadie, y sí de relacionar al Bosco con alguna que otra rareza contemporánea que goza de universo propio sin dejar de ser subjetivamente bosquiana.

Con el neerlandés pasa lo mismo que con Dalí, Klimt, Keith Haring o la dichosa calavera de Hirst. Es lo suficientemente icónico y reconocible como para penetrar la fina pleura que separa midcult y masscult -habría que discutir la operatividad de estas categorías setenteras en otra parte- y compartir puerta de nevera con un souvenir de Sorrento o de cualquier otro lugar. Hay trazas de Bosco en no poco arte urbano y en la rotulación de tiendas, bares, peluquerías de modernos -¡Qué denominación tan equívoca!- y estudios de tatuaje. También en algunas tendencias actuales de diseño y decoración, lo que es perfectamente comprensible si pensamos cómo el Bosco es pop. Claro que el ingrediente enigmático y malditoide de Bosch -vida y obra- tiene algo que ver con que celebremos ahora, y por todo lo alto, su quinto y no último centenario. Quizá inaugurara ese arte que fascina como fascinan hoy los dibujos mistéricos de Paul Laffoley o la Colección Prinzhorn, aunque sin franquear la terrible frontera a la que un David Nebreda puede guiar con unas fotografías que -en el fondo- andan también a vueltas con los viejos temas infernales.

Misceláneamente y antes de entrar propiamente en materia, son pocos los artistas que manufacturando o diseñando objetos imposibles no recuerden en alguna medida al genio de los Países Bajos. Abu Bakarr Mansaray y Panamarenko lo hacen casi tanto como Sjon Brands, que está en el Lázaro Galdiano con sus Artilugios bosquianos estos días. Sierraleonés y belga -también Laffoley- compartieron espacio en Arstronomy (La Casa Encendida, 2015), por donde pasó el barcelonés Evru (también conocido como Alberto Porta o Zush), que en los noventa hizo boscadas tan elocuentes como Ita Docan (Técnica mixta, 1989-1990) o Renusa (Id., 1990-1991); personajes que bien podrían haber salido del mismísimo Jardín de las delicias. Sea como sea, quien ahora teclea reventará si no confiesa que siempre recuerda a El Bosco cuando ve alguna de las litografías de Adolph Gilitsch sobre los sketches de Ernst Haeckel: parece que Hieronymus se hubiese traído Kuntsformen der Natur (1899-1904) del futuro y hubiese recombinado su contenido en sus característicos lienzos. Sí, no es una referencia actual, de modo que mentaremos a vuelapluma a James Ensor (1860-1949), bosquista aceptado y buena visagra intersecular, y pasaremos a otra cosa.


Ilustraciones del Codex Seraphinianus

El primer contemporáneo al que nos referiremos es Luigi Serafini (1949), y lo haremos a cuenta de su Codex Seraphinianus (1976-1978). El Codex es la enciclopedia de un mundo imposible, escrita en grafismos que simulan un lenguaje inexistente y repleta de ilustraciones muy pero que muy bosquianas. De hecho, podrían pintarse innúmeras series de cuadros al estilo del maestro con los ítems y elementos que Serafini pone a disposición en su códice. Aunque no hiciera falta alguna, nada podría sacarse de las descripciones y explicaciones en letra redondeada, ya que el italiano explicó en su momento que solo quería conseguir una apariencia de lenguaje articulado, y vaya si lo hizo, porque ha puesto a más de un lingüista a devanarse los sesos en busca de vaya usted a saber que maravillas. El libro serafiniano no es único en su especie: no puede dejar de citarse el Manuscrito Voynich; códice medieval envuelto en densísimas nieblas, también con idioma propio -ya sea aparente o articulado- y dibujos lo suficientemente crípticos como para haber inspirado toda clase de teorías tanto sobre los contenidos como en torno a su autoría.

Algunas de las ilustraciones de Marc M. Gustà, ahora en casa y en el más inmediato de los presentes, se prestan a ser relacionadas temática y compositivamente con el legado del artista universal. Heaven and Hell Labyrinth (2010) representa un infierno dantesco de colores deliberadamente saturados que culmina en un edén opaco y poco celeste. Recuerda insistentemente al panel derecho de El jardín de las delicias, y no solo porque su célebre ser comepersonas ocupe una posición central en el laberinto flameante de Gustà, aparte de algunos otros microhomenajes. Aquel terrible "Lasciate ogni speranza, voi ch´intrate" que recibía a los condenados en La Divina Comedia no aparece en la lámina, pero sí algunas palabras que hay que completar para circular imaginariamente por allí: entre otras, si cierras "Purify" asciendes hacia el cielo color piscina, previa purga, claro está, y si haces lo propio con "Sodomy" sigues senda infernal o te pones manos a la penitencia. De algún modo, Gustà podría ser a El Bosco lo que Seymour Chwast a Dante; lo que el dibujante neoyorkino que hace unos años adaptó la Comedia a un lenguaje gráfico que algo podría tener que ver con el del ilustrador que nos ocupa.

Cambio de tercio para adentrarnos en el fangoso mundo de los artistas clínicamente locos, o de los locos artistas, incluídos todos los tópicos que lo transitan. El primero que convendría abatir es el de que todo interesa, seguido del de que siempre se trata de creadores caóticos y muy plásticos: a medio camino entre el minimalismo y el expresionismo abstracto, Agnes Martin (1912-2004) ya demostró que la enfermedad mental es compatible con una producción pictórica intencionadamente pulcra, controlada y sistemática. Siendo muchas las obras y los pintores enfermos que podrían relacionarse de uno u otro modo con el legado de El Bosco, optaremos aquí por William Kurelek (1927-1977) y The Maze (1953). Si Hieronymus pintó infiernos colectivos, el canadiense compuso el suyo propio en el interior de su calavera seccionada y compartimentada; la de un artista underrated donde los haya, a pesar del documental William Kurelek´s The Maze (David Grabin/ Robert M. Young, 2011) y de cuadros tan desconcertantes como I Spit on Life (1953-54) o This is the Nemesis (1965), aunque no tengan ya tanto que ver con la pintura del brabanzón.

Del mismo modo que la referencia al Labyrinth de Gustà cubre ese bosquismo urbano y desenfadado al que aludíamos hace un momento, la del Codex pone en perspectiva a Serafini y toda su obra posterior, como la del Maze conecta a El Bosco con el puñado de artistas buenos que, a lo largo y ancho de nuestra andadura occidental, han gozado de ese misterioso salvoconducto para circular por el insondable mundo del inconsciente. Se añaden así algunos nombres vivos a una lista mucho más amplia que -más allá del ámbito de la creación artística- incluiría a Cronenberg entre los cineastas y a Madonna -dice Sánchez Vidal- en el ámbito de los clips musicales. Es más, dependiendo de lo fino que quiera hilarse podrían sumarse otros tantos, debido fundamentalmente a la universalidad de los temas bosquianos y a la contemporaneidad de sus recursos: otorgar usos absurdos a objetos cotidianos -cuya última consecuencia es el ready made- o crear su particular modelo de kermesse son dos buenas muestras de ello. De hecho, si fusionáramos la serie Carnivàle (Daniel Knauf, 2003-2005) con Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999), solo harían falta unos pocos enseres híbridos, a modo de atrezo, para conseguir la película bosquiana jamás filmada. Ante la improbabilidad de tan delirante empeño y no queriendo alejarnos más de la cuestión que nos ocupa, baste poner a Serafini, Gustà, Kurelek y algún otro citado a disposición del lector, y que cada uno saque sus propias conclusiones.


Marc M. Gustà. Heaven and Hell Labyrinth. 2010