Leer Nº 275
En un
tiempo de polarización sociopolítica no se sabe cómo y cuánto de
light, se hacen oportunas eventuales revisiones inteligentes
de nuestro pasado patrio; se vuelve deseable dedicarle unos minutos
al Archivo Luce; darse cuenta de qué España era aquella, más
paleta que fascista y menos estéril artísticamente de lo que los
tópicos convienen. La cerrazón nació oficialmente en 1945, cuando
Robert Capa ya había fotografiado los éxodos miserables que vemos
en Barcelona (1939-1998) y que tanto recuerdan a lo que
recuerdan, o cuando Kandinsky, Miró et al. habían realizado
la serie calcográfica Fraternity, que era un "no
convenceréis" internacional publicado en Nueva York en 1939;
cuando el llamado Eje había caído y Europa nos abandonaba a nuestra
periférica suerte. El caso es que en catorce años caben demasiadas
cosas como para sintetizarlas en los nueve bloques que constituyen
Campo cerrado. Arte y poder en la posguerra española. 1939-1953,
máxime cuando se pasa por la pedagogía y la propaganda
franquistas, la arquitectura de la época, el cine y el teatro, la
relación en el tiempo y el espacio entre agro y cosmópolis y el
exilio, entre otros temas.
En el
periodo en cuestión hubo revistas como la falangista Vértice,
Reconstrucción, aquella Haz del Sindicato Español
Universitario o La codorniz. Pancho Cossío retrataba a los
principales ideólogos yugoflechados: Zancajo Ossorio, Primo de
Rivera y Ramiro Ledesma. Santos Yubero fotografiaba una larguísima
posguerra, Jano se encargaba de la cartelería cinematográfica,
Benjamín Palencia pintaba los Paisajes de Vallecas (1943) y
Julia Minguillón conseguía el primer galardón femenino de unas
exposiciones nacionales de Bellas Artes que retomaron su andadura
postbélica en 1941. Escuela de Doloriñas, de ese mismo año,
que fue premiado a pesar de sus connotaciones republicanas, genera un
simbólico diálogo con el Zuloaga que tiene enfrente -Mi familia
(1937)- y que bien podría metaforizar esas complejas relaciones
entre Arte y poder que el título de la propuesta sugiere. También
se proyectaron monumentos, ora futuristas, ora al estilo ecléctico y
clásico que tan caro le fue a los totalitarismos europeos. Se
mitificó el campo y la romería, se reprodujo aquí y allá ese
arquetipo que a más de un lector le resultará conocido: el soldado,
el obrero y el jornalero de espaldas rectangulares y brazos gigantes,
marchando juntos, herramienta en mano. En el periodo en cuestión las úes fueron uves y viceversa, y hoy seguimos llamando Cune al vino de
la vieja Compañía Vitivinícola del Norte de España.
Gracias
sobre todo a D´Ors y al interés del régimen tardío por
modernizarse, el arte oficialista convivió con ese otro que no se
sentía muy cómodo bajo el yugo nacionalcatólico. Tal es el motivo
de que una sala alargada reuna a Uceloy, Lugris, Dalí, Oteiza,
Saura, Ferrant, Gutierrez Solana y muchos otros. Luego de los
pintores de arenales, muchachos conquenses y paisajes varios, se
franquea un quicio efímero hacia la ciudad y sus cosas. Más
adelante vienen los exiliados, Picasso, Miró y nuevamente otros y,
sin que sea muy ortodoxo decirlo, aquello no acaba nunca. Para
entonces uno tiene la sensación de haber dado grandes saltos en el
tiempo y, quien la conozca, se preguntará probablemente si no está
experimentando los primeros síntomas de una buena fatiga museal. Más
allá de todo lo dicho y de sus virtudes, que no son pocas, Campo
Cerrado es inmensa, inabarcable y adolece de esta última manía
comisarial de proyectar exposiciones ingentes no solo en el excedente
-en este caso- de pintura, escultura y material documental. Lo es
también en la sobreabundancia de temas solapados, concomitantes a
veces, tan relacionados como misceláneos según se hile. Como viene
ocurriendo con más frecuencia que la deseable, erra en la mezcla
calidad-cantidad, sin que haya otro argumento que esgrimir que la
jaqueca que puede llegar a producir el periplo completo por su
laberíntico montaje. La lectura diagonal se vuelve más que
recomendable para quien pueda soportar pasar por alto una cartela...
o dos. Aún así, Campo dice que las úes fueron uves,
que luego quisieron ser úes otra vez y que, in illo témpore, pasó
de todo aunque hoy no lo parezca.
Ignacio Zuloaga. Mi familia. 1937
Ignacio Zuloaga. Mi familia. 1937