Leer Nº 268
Que Theo Jansen
(Scheveningen, 1948), artista con formación de físico, sea una
especie de Da Vinci contemporáneo, explica en buena parte la
expectación que Asombrosas criaturas viene
generando. En Espacio Fundación Telefónica desde el pasado 23 de
octubre, su obra nos empuja hacia ese sustrato mítico universal en
el que Ícaro intenta volar cuidándose del sol, en el que el doctor
Frankenstein despliega su prometeísmo, o en el que -y este parece el
caso- un científico heterodoxo decide crear seres tecnológicos
autónomos y hasta sujetos a un
cuadro evolutivo propio. Claro que el anuncio de BMW de 2007, como
ocurriera con La Catedral de Justo (Mejorada del Campo, 1961) en un
anuncio de Aquarius de 2005, ha puesto sin duda a Jansen al alcance
del gran público.
Strandbeest es
el nombre genérico con el que este holandés a bautizado a sus
creaciones, todas ellas dotadas de nombres latinos, e inscritas en
periodos de idéntica resonancia. Son esculturas cinéticas de
aspecto animal, sofisticadas y rudimentarias al tiempo, y construidas
con tubos plásticos, bridas, cordeles, cintas de embalar y otros
materiales pobres. Animaris Rhinoceros Lignatus (1997-2001)
es la excepción que confirma la regla: más pesada y de apariencia
más estática, Animaris presenta
el aspecto de un cigueñal gigante construido con cajas de madera. No
en vano, pertenece al que se describe como el único periodo
experimental de Jansen; el quinto o Lignatum, según la clasificación
propuesta por el artista.
Las
criaturas, ciertamente asombrosas, ganan más vistas en video o a
cierta distancia que desde cerca. Sin embargo, la disparidad de sus
juntas y ensamblajes varía según su pertenencia a una u otra etapa
"evolutiva", dando una idea de progreso técnico, y tal vez
sugiriendo que las bestias avanzan hacia sucesivos estadios de
perfeccionamiento. Fósiles y móviles, suspendidas en el aire,
tumbadas o en plena demostración cinética, las osamentas plásticas
de Jansen susurran una utopía sensacional de seres benignos creados
por y para el hombre; seres a la vez útiles y gráciles, recortados
sobre cielos tormentosos y atardeceres friedrichianos en playas
nórdicas. En conjunto, podría decirse que componen una imagen
utópica y distópica al tiempo; como ilustrativa de una categoría
híbrida de las anteriores.
Parece
que nada de esto se articularía debidamente sin una buena argamasa
de ficción, que logre, por ejemplo, que todos esos latinajos que
Theo reparte no parezcan demasiado arbitrarios. Y entra aquí la idea
de "un mar que no hace más que subir y que "amenaza con
hacer retroceder los límites de nuestra tierra hasta donde
estuvieron en el medievo". Las criaturas, de ser funcionales, se
aliarían con el medio para frenar el insalvable avance del piélago,
a partir de ciertas labores bastante enrevesadas con las dunas y la
arena. Por fortuna, la viablilidad de los planes de Jansen no tiene
por que tener jurisdicción alguna más allá de su universo creador.
Por desgracia, hará falta mucho más que un parque de bichos
plásticos y huesudos para hacer frente a los desbarajustes con los
que, previsiblemente, la Tierra responderá a nuestra desmesura
civilizada.
Theo,
no obstante, ha ido enterrando con los años ese sueño
conservacionista mentado, y muy en consonancia con la ideología
desplegada en The Great Pretender; libro de traducción y
edición española prometedora, aunque no se sabe si esperada. Por
ahora podemos conformarnos con una exposición fascinante y tan
inspiradora como El relojero ciego (Richard Dawkins, 1986;
autor de El gen egoísta, para más pistas) fue para su
protagonista. Es cierto que el atípico físico asombra en un tiempo
de insoportable vacuidad, muy a pesar de que un puñado de tubos de
origen petrolífero, por bien ensamblados que se presenten, serán
siempre una afrenta a la Naturaleza, y en ningún caso un fósil que
pueda hablarnos de nuestros orígenes. Todo lo más, nos hablará de
nuestra insensata deriva hacia quien sabe dónde. Theo Jansen.
Asombrosas Criaturas, hasta el 17 de enero en Fuencarral 3.
Tercera planta.