Leer Nº 262
En los manuales de
museología es habitual encontrar, en la sección pertinente, una
definición de vandalismo como la acción voluntaria, individual o
grupal, que destruye total o parcialmente un bien cultural. Tales
libros no suelen contemplar un eventual vandalismo creador: la
modificación artística del
sentido simbólico de un monumento como el pilar pétreo de Fort
Greene; un nuevo tipo de «destrucción» monumental por
erección de prolongación estatuaria (en este caso, el busto a lo
procer romano de Edward Snowden). Ha sido un grupo de "guerrilleros
artísticos" anónimos y neoyorkinos y la prensa internacional
les ha dado la coba justa. La intervención, afortunada y parece que
intencionadamente reversible, ha sido más bien pasto de blogs, redes
sociales y medios locales como Animal New York, que ha seguido el
proceso de principio a fin.
El pilar de Fort Greene
Park (Brooklyn) recuerda a víctimas estadounidenses de la Guerra de
Independencia; concretamente, a los revolucionarios que murieron en
los barcos prisión británicos atracados en el célebre barrio
neoyorkino durante la contienda. Los instaladores del efímero busto
de Hydrocal -material apto para la imitación del típico bronce
patinado de las esculturas urbanas- ven en la figura del ex-analista
a un héroe continuador de la saga de martires. Sea como fuere, los
empleados municipales cubrieron la efigie del refugiado en Rusia en
cuanto se supo de ella: la cubrieron en el ínterin mediado entre
descubrimiento y desmantelamiento como si se tratase de un cadáver,
otorgando -como casi siempre, torpemente- más valor al símbolo
velado que el que la chiquillada
artística, a priori, pueda en realidad tener. Luego llegaron ciertos
The Illuminators con la secuela.
Esta segunda partida de
artistas de guerrilla generó un holograma azulado de Snowden durante
20 minutos, justo sobre el lugar en el que la primera había
levantado el busto fake. Lo
hicieron con proyectores y una nube de ceniza, consiguiendo un
inquietante efecto fantasmagórico a lo Albert Speer. El New York
Times relaciona a The Illuminators con Occupy Wall Street y una
intervención anterior en el Met, que incluyó arrestos y
confiscación de proyector, y que delata un autoritarismo realmente
paranoico en la Tierra de la Libertad y las oportunidades; quizá el
propio de un Occidente que va polarizándose cada vez menos
lentamente, a pesar de que el con nosotros-contra nosotros sea,
probablemente, tan viejo como esa proverbial profesión más antigua
del mundo.
La Historia esta llena de zonas que la luz del sol tardará mucho en
bañar. Demasiado llena de Maines y Marinus van der Lubbes como para
heroificaciones como la que nos ocupa. Conrad y Auster, con sus
respectivos El agente secreto y
Leviatán, han
recorrido literariamente algunas de esas regiones oscuras, poniendo
en evidencia la célebre cantinela -hoy felizmente desaparecida- de
Sáenz de Buruaga cerrando su informativo: aquel cínico "así
son las cosas y así se las hemos contado". No, las cosas no son
así ni asa, y quizá
no haya más remedio que acudir a la Filosofía de la Historia o,
mejor aún, encomendarse a la Virgen (a ser posible con el espíritu
crítico integro). Y es que Snowden probablemente sea héroe y
traidor al tiempo, del mismo modo que los martires de aquella vieja
guerra son tan predecesores del retratado en su inferida lucha por la
libertad, como de quienes quiera que fundasen las agencias para las
que trabajara.
Así
las cosas, quizá quepa preguntarse si el aspecto verdaderamente
revolucionario del Guerrilla Art no
empieza justamente donde termina la contrapropaganda. Quizá se
encuentre en las pequeñas resignificaciones autónomas e ilegales,
naturalmente, del espacio urbano y Tina Turner tuviese razón en su
We Don´t Need Another Hero. Nos
van sobrando los héroes, incluidos los de Hydrocal, y nos va
faltando el aire y el espacio en un mundo cada vez más
claustrofóbico. Reinventar la ciudad por reinventarla -o por
cuestionar la materialización de ese orden sin rostro que pretende
robarnos la vida en forma de datos- puede ser una buena alternativa
al viejo juego: la de desobedecer creativamente más allá de las
militancias, si no es la simple y llana de disentir con el mundo que
viene.