Leer Nº 256
Los primeros días del otoño no
suelen ser muy pródigos en oferta expositiva, al menos en Madrid, al generarse
un pequeño paréntesis de baja intensidad entre clausuras e inauguraciones de
las propuestas más ambiciosas. Despachado Cartier-Bresson, asignados sendos
billetes de vuelta –12 de octubre- a Le Corbusier y Alma-Tadema (justo un día
antes que Hamilton y dos que los Mitos
del Pop del Thyssen), casi solo queda esperar un prometedor Impresionismo americano o ir
entreteniéndose con ofertas como Depero
futurista (1913-1950). Casi solo, porque siempre puede acercarse uno hasta
Fuenlabrada para ver Cristobal Toral:
Cartografía de un viaje (CEART, del 4 de septiembre al 26 de octubre de
2014).
Toral ha reivindicado
recientemente la modernidad para sí, igual que hiciera Antonio López –más o
menos tácitamente- con el postvanguardismo de hace unas décadas. En cualquier
caso, la indeterminación intrínseca a un concepto como el de lo moderno
dificulta un poco el darle o quitarle razón, especialmente tratándose de un
figurativista en el que convergen pulsiones oníricas (a veces, vagamente
cercanas a Magritte), trazas de un postmodernismo algo forzado y la
indiscutible fidelidad a la tradición que hace su obra tan icónica y
asimilable. Es, además (por los temas más que por los conceptos), un pintor de
tránsitos y soledades que ha dedicado una buena parte del año a despedir a Don
Juan Carlos y homenajear a la sufriente diáspora africana. Lo ha hecho con un
par de piezas escenográficas que añaden un 2.0
a su mediático nombre.
El carácter retrospectivo de Cartografía de un viaje permite constatar
la evolución del pintor desde el tratamiento velazquesco de sus fondos de los
setenta hacia su característico horror
vacui. Vemos aquel en Los emigrantes
y en El paquete (ambas de 1975);
obra, esta última, próxima al hiperrealismo de López y Naranjo, y este –mucho
más conceptualizado que en su pintura- en los ensamblajes de entre 2006 y 2014:
medio-relieves que exhiben un interesante trabajo de composición espacial,
alejado ya del Toral más relamido del siglo pasado. Todas estas técnicas mixtas
custodian un La abdicación (2014),
sin duda, más relevante por la polémica que viene suscitando que por el valor
intrínseco que pueda adjudicársele.
La remisión de La abdicación y Valla de Melilla (2014) a sendos temas de actualidad patria resultará
demasiado obvia a esnobs e intelectuales genuinos por igual, del mismo modo que
entretendrá a un público más general y dispuesto a celebrar D´Aprés Las Meninas (1974-1975); versión
toraliana de ese lienzo universal. Para los desinformados, decir que la primera
es un contenedor de atrezo relleno de cascotes, alguna maleta –naturalmente- y
un par de retratos desechados del anterior Rey. La segunda es un trozo de valla
fronteriza, con su ominosa concertina ensangrentada y una cita de Camus a su
vera. Son los highlights periodísticos
de una muestra que ofrece más en la discreción de ítems como Díptico con equipaje (2012-2013) y en el
reconocimiento despreocupado de la trayectoria de Don Cristobal. La visita
puede completarse con otras cuatro exhibiciones alojadas en las plantas
superiores del centro. Entre aquellas, podrá recorrerse la rápida 95 m², tiza sobre pintura de Roberto Corominas, que ofrecerá un interesante contrapunto a un
mundo de paño, valija y escombro al que conviene viajar, al menos una vez en la
vida.
Cristobal Toral. Díptico con equipaje. 2012-2013