Leer Nº 255
En primer lugar, la
españolización de los igers (usuarios
de Instagram) se produce bajo tres grandes signos del arte institucional de
nuestro tiempo: el de la técnica pura como medio de producción, el de la
democratización absoluta (consumación del arte prosumer) y el del calado global. Hay, no obstante, cierto ruido de
fondo lo suficientemente molesto como para que la directora del espacio haya
tenido que aclarar que no se pretende “hacer un mero volcado de lo que hay en
las redes sociales” y que “no todo vale”. La excusatio non petita remite
directamente a uno de los grandes debates intelectuales del siglo XX; al saqueo
midcult de las vanguardias que Dwight
Mac Donald subrayara y, cómo no, al medio-mensaje de Mac Luhan.
Al arte por un filtro
Hablemos claro: Mac Donald tenía
razón. Lo demuestra el hecho de que Instagram sea, entre otras cosas, un
generador de filtros y efectos fotográficos; es decir, que se trate de una app capaz de conferir a las imágenes que
los usuarios producen, aquí y allá, una suerte de pátina artística. Valga o no valga todo, la transformación de los igers en artistas implica la banalización
de todo un oficio, por mucho que algunos de aquellos sean profesionales del
arte. No es una cuestión de intrusismo: las facilidades
que la técnica –supuestamente emancipadora- ofrece, profanan la alquimia
del proceso fotográfico. Primero fue el aura benjaminiana de los soportes y
ahora ha caído la cocina, mientras el
mundo sigue desrromantizándose -¡pobre Novalis!- y Ortega, el propio Mac
Donald, Greenberg y el resto de apocalípticos ilustres, contemplando –allá
donde estén- la caída progresiva de los últimos bastiones aristocráticos.
Enlazando una premisa con otra,
no conviene pasar por alto que todo este igualitarismo técnico proyecta una
serie de sombras y, aunque parezca que el espectro de producción artística esté
abriéndose ilimitadamente –que exista un proceso de diversificación
directamente consecuente de la accesibilidad de los nuevos medios-, casi puede
observarse que lo que ocurre es justamente lo contrario. Si libros como el Apocalípticos e integrados de Eco o Una filosofía del arte de masas de Noël
Carrol dieron vueltas al asunto en su momento, está claro que no previeron
adecuadamente el protagonismo de la técnica y de las tecnologías de la
comunicación en el devenir sociocultural occidental; un devenir que puede
contemplarse en los espejos y las ventanas instalados en Fuencarral 3.