Leer Nº 254
Le Corbusier. Un Atlas
de paisajes modernos.
CaixaForum Madrid
En sus cuadros, Le Corbusier
(1887-1965) siguió firmando como Jeanneret hasta 1928; once años después de
instalarse en París para cofundar, en 1920, la revulsiva revista L´Esprit Nouveau. Charles-Édouard
Jeanneret viene, de algún modo, del mundo Arts
and Crafts que su colega L´Eplattenier le mostró en la Escuela de Arte de
La Chaux-de-Fonds, viajando desde allí hacia un maquinismo internacional que
resultó mucho más preocupado por la Naturaleza y el paisaje de lo que los
postulados corbusierianos plantearon. Pero hablábamos de cuadros, y lo hacemos
–ya en el primer párrafo- porqué quizá sean los ítems más interesantes que Le Corbusier. Un Atlas de paisajes modernos
contiene, aunque solo sea por motivo de un menor trillado.
La exposición de CaixaForum
Madrid (modélica, biográfica y casi enciclopédica) combina planos, bocetos y
material documental con dibujos, acuarelas de primera época y lienzos de la
década de 1920. También incluye recreaciones interioristas de la Maison Blanche
(La Chaux-de-Fonds) y El Cabanon (Roquebrune-Cap-Martin), y unas cuantas
maquetas entre las que no podía faltar la emblemática Villa Savoye (Poissy),
con sus idiosincráticos pilotis y sus
otras cuatro claves de la nueva arquitectura: los tejados-terraza, la planta
abierta, la ventana longitudinal y la fachada libre. Cabe añadir que los
proyectos ultrarracionalistas del parisino Plan Voisin y el barcelonés Maciá tienen
algo de ligeramente distópico, como puede observarse especialmente en una Perspectiva General del Plan Maciá de
Barcelona (1933) que da bastante que pensar, y que forma hoy parte del
urbanismo-ficción por cortesía de la Guerra Civil.
Desde los primeros dibujos más o menos
arquitectónicos que se aprecian en la muestra –véanse los Bocetos de Les Crêtets (1915)- hasta una serie de gran formato
realizada ante alumnos de Princeton, el trazo y la solvencia esquematizadora de
quien se formase como grabador de cajas de relojes se revela no solo como una
constante, sino como un aspecto estético unificador de la disparidad de corbusiers que la muestra exhibe. No
podrá jamás acusársele de incoherencia: su obsesión por la claridad y la pureza
de formas aparece en todas y cada una de sus producciones en dos y tres
dimensiones. Solo añadir, si acaso, que las acuarelas de sus viajes juveniles
aportan cierto pintoresquismo transitorio, o incluso alguna lámina periférica y
sorprendente como Paisaje costero (1917).
Remontamos un buen número de
proyectos arquitectónicos internacionales para volver a los veinte, a la
afinidad con Fernand Léger y al filosurrealismo de los «paisajes objetuales» y
los «objetos de reacción poética». Los paisajes
investigan sobre una especie de geometría cotidiana y los objetos materializan las premisas poscubistas del purismo: las que
Le Corbusier y Amédeé Ozenfant reivindicaron en Aprés le cubisme (1918); un manifiesto que denuncia la
ornamentalización del cubismo y el excesivo interés impresionista por la luz y
el color. Naturaleza muerta (1920) y Almuerzo junto al faro (1928) son dignas
de mención, y aunque su resultado plástico no remita inmediatamente a la
estética arquitectónica de Le Corbusier, se sustentan como aquella en
principios intelectualizantes
bastante radicales; los principios del primer arquitecto continental, del menos
conocido purista Jeanneret y del casi ignoto discípulo eventual del ruskiniano
L´Eplattenier. Hasta el 12 de octubre en Caixaforum Madrid.
René Burri. Le Corbusier en su estudio. 1970