Revista de Occidente Nº 397. Junio de 2014. Págs. 85-95 (viñeta de Carlos León)
Emerson y Thoreau, a modo de
introducción…
Quizá una de las maneras más aconsejables de poner la primera piedra
discursiva en una iniciación al trascendentalismo norteamericano sea la
inevitable alusión a Kant. Ciertamente, el trascendentalismo toma su nombre de
la kantiana Crítica de la Razón Práctica
(1778); concretamente del pasaje en el que el filósofo prusiano llama
“trascendental a todo conocimiento que se ocupa, no de objetos, sino de nuestro
modo de conocer objetos en tanto es posible hacerlo a priori”. Mentado Immanuel
Kant (1724-1804), habremos de detenernos seguidamente en el norteamericano Ralph
Waldo Emerson (1803-1882): no solo un escritor, filósofo y poeta bostoniano,
formado en Harvard y muy pródigo en su época, sino una de las primeras voces
intelectuales que abogaron por la emancipación cultural e identitaria de los
Estados Unidos de América frente al hegemónico Viejo Continente.
Emerson no es solo la figura central del trascendentalismo y el padre
intelectual de Henry David Thoreau (1817-1862), sino que escribió obras
fundacionales como Nature (1836) o The American Scholar (1837) y fue un
personaje magnético y carismático que aglutinó a su alrededor a la camarilla
poco definida de pensadores neoingleses que hoy se agrupan bajo el ismo en cuestión. Fue también uno de los
grandes responsables de que algunos textos filosóficos alemanes de los siglos
XVIII y XIX y el romanticismo británico cruzasen el Atlántico para ser
reinterpretados; leídos a la luz de la naturaleza primigenia que abrazaba por
todas partes a Concord (Massachusetts) y a escritores como Nathaniel Hawthorne
(1804-1864), Louisa May Alcott (1832-1888) o –no muy lejos de allí- Emily
Dickinson (1830-1886).
Henry David Thoreau, nacido como David Henry y fallecido a los
cuarenta y cuatro años, a causa de la tuberculosis, pronunció dos últimas
palabras bien significativas: “moose” (alce) e “indian” (indio). Estudió en
Harvard y apenas salió de Concord en vida; de ahí sus célebres “Concordialy
yours” (concordialmente suyo) y “I have travelled a good deal in Concord” (he
viajado mucho en Concord). A pesar de la imposibilidad de aproximarse a Thoreau
sin pasar por Emerson, ambos pensadores acabaron por divergir respecto a toda
una serie de ideas unidas por una raigambre común. Puede decirse pues, que –en
consonancia con lo expresado por Antonio Casado en la muy recomendable Thoreau. Biografía Esencial (2005) -
Henry procuró saltar de algún modo las vallas sobre las que Emerson se limitó a
teorizar.
Las tiranteces entre Emerson y Thoreau también tienen un componente
generacional. Mientras el autor de Nature
perteneció a un background intelectual aún muy deudor de las viejas tradiciones
altoculturales anglogermanas, su joven colega puso manos en la obra de
construir una identidad americana en la que el Scenery se perfilaba como la única Historia digna de ser tomada en
consideración. He aquí el provincianismo que Henry James achacó a Thoreau,
quien sustituyó el Grand Tour que los
scholars (intelectuales
norteamericanos) emulaban de los europeos por sus consabidas caminatas hacia el
oeste; paseos de los que da cuenta especialmente en Walking (1862), y en los que se establece una relación
trascendental entre la acción de caminar a través de los bosques y el
pensamiento que de dicha actividad dimana. Resumiendo, Thoreau es quizá el gran
precursor de lo que cada vez se conoce más como Nature Writing, mientras Emerson –que sin duda desbrozó el camino a
su pupilo- fue más bien un americanizador
de los romanticismos germano y británico.
No ha de extrañar que Emerson, viejo y afectado de una perdida senil
de memoria, no dejase de preguntar cómo se llamaba el que había sido su mejor
amigo, naturalmente, en referencia a Henry David Thoreau. No ha de hacerlo
porque aquel fue en cierto sentido el aprendiz que superó a su maestro, a
partir de una tozudez poco predispuesta a conciliar las contradicciones que
afloran en muchos de los rincones del legado emersoniano, y de las que –después
de todo- Thoreau tampoco se pudo liberar; un problema que ya había inquietado
sobre manera a Leopardi (1798-1837), como muestra su Zibaldone (1898), y a una larga serie de prerrománticos y
románticos al otro lado del Atlántico.
Con todo, de las semillas románticas que Emerson plantó en los bosques
neoingleses brotó una especie de optimismo paisajístico bien distinto del
fatalismo europeo; una celebración de la Naturaleza que encuentra expresión
inconográfica en la pintura de escuelas pictóricas como el luminismo o la trigeneracional Hudson River School. Hasta cierto punto,
puede afirmarse que Emerson solucionó dialécticamente los problemas que su
filosofía (no era un filósofo en sentido estricto) presentaba, mientras que
Thoreau –como algunos pintores hudsonianos- optó por la disidencia vivencial en
la frontera; por convertirse en un Frontiers
man o –si se quiere- en una versión intelectual de los buhoneros, leñadores
y gentes de los bosques que tanto admiraba.
Casado da Rocha habla de un Thoreau que va y viene de la civilización
a la Naturaleza, que recolecta pequeñas cosas en ambos lugares, y que genera
–añado yo- una especie de discurso fronterizo, alternativo y resolutivo. Y es
que el Wilderness va desplazándose
irremediablemente hacia la frontera a medida que corre el siglo, y el hombre
hecho a sí mismo que arquetipizó Emerson –profundizaremos en él- va quedando
condenado a la disolución en nuevos valores o a la resistencia del Frontiers man. Lamentablemente, la
propuesta de la Naturaleza como ente regulador de las conductas individuales
cedería ante el empuje de un progreso ciego que transformará su idealización en
propaganda expansionista, y en símbolo de una grandeza nacional cifrada en
términos materiales.
Thomas Cole. Summer Twilight. A Recollection of a Scene in New England. 1834
Una aproximación al
trascendentalismo
En Norteamérica no se inventa nada estrictamente autóctono hasta la aparición en escena de Thoreau y Walt Whitman
(1819-1892). Washington Irving (1783-1859) americanizaba
leyendas europeas como la de Los siete durmientes de Éfeso (The Return of Rip Van Winckle, 1819),
los poetas que constituyeron los grupos de los Brahamines o los Fireside Poets
trabajaban un gentle style anticuado
ya en su propia época y los trascendentalistas traducían una importante serie
de textos alemanes en la revista que Margaret Fuller (1810-1850) dirigía: The Dial (1840-1929). Claro que Emerson
rompió las primeras lanzas con su defensa de la lingua communis, el voto de confianza que finalmente otorgó a su
propia nación y su calificación de Whitman como maestro nacional.
Entendiendo que son muchos los nombres que podrían presentarse aquí, no
ha de dejar de mencionarse el de William Ellery Channing I (1780-1842).
Channing –abuelo del poeta homónimo y gran amigo de Thoreau- desbrozó las
primeras masas de maleza en el camino que partió del Unitarismo puro hacia la revisión que cristalizó en
lo que hoy conocemos por trascendentalismo. A su manera inconfundiblemente
literaria, Emerson sistematizaría la propuesta de aquel pastor con la ayuda de toda una serie de lecturas suaves de Kant, Fitche, Hegel y
Schelling et al por una parte, y de
la influencia de Carlyle y los lakistas por otra. Esta curiosa hibridación
generaría el ambiente nuevo en el que
se gestaron Nature, Walden (1854) y otras obras trascendentalistas como las escritas por Amos
Bronson Alcott (1799-1888) o Theodore Parker (1810-1860).
Así, es imposible comprender el trascendentalismo sin detenerse en su
raigambre unitaria y específicamente neoinglesa. El Unitarismo es una corriente
religiosa de raíz cristiana y carácter reformista que reivindica la libertad
individual en relación a la vivencia de la fe y que se revela contra el
arquetipo trinitario y otros dogmas propios –por así decir- del cristianismo
institucionalizado. Premisas como la experiencia directa de la Naturaleza y la
comprensión holística de aquella permitirán el nacimiento del trascendentalismo
como una versión más intrépida aún de
la espiritualidad unitaria. Hasta cierto punto, explican también el carácter
transcultural de la propuesta emersoniana –su integración de fuentes orientales
y occidentales en una filosofía no demasiado sistematizada pero alternativa- y
su reivindicación de la interpretación del presente-Naturaleza en detrimento
del pasado-Historia.
Es frecuente que ciertas lecturas parciales y descontextualizadas de
Thoreau omitan el carácter puritano del autor de Walden. Sylvain Tesson, autor
de La vida simple (Une vie à coucher dehors. 2009), un
libro de orientación waldeniana y
calidad literaria bastante discutible, no se equivoca –omitiendo el desdén que
muestra- cuando se refiere a “los sermones de contable calvinista” de Henry
David. Así, las filiaciones de H.D. con ciertos movimientos anarquistas
contemporáneos no pueden dejar de ser como poco conflictivas, especialmente
cuando es fácil demostrar que su pensamiento está más cerca del neoliberalismo
que de cualquier movimiento que acepte entre sus bases las doctrinas del
materialismo dialéctico.
La fotografía del vocalista de The Eagles, Don Henley y el matrimonio
Clinton caminando por Walden Woods en la apertura del Thoreau Institute (RICHARDS.
Paul, J. AFP/ Getty Images. 1998) da cierta cuenta de la proximidad del legado
Thoreau con el stablishment
estadounidense. Quiere decirse que fue más un pensador progresista que un
activista radical, y que Walden es
más una lectura obligada de High School que
un manifiesto antisistema. Más allá de la paradoja aparente y haciendo gala de
un marcado carácter estoico, Thoreau supo extraer de la Naturaleza un civismo
espiritual que denunciaba la ruindad de las relaciones sociales convencionales,
la tolerancia con respecto a la esclavitud y otras tantas lacras por todos
conocidas.
Aunque vemos que, menos en Thoreau que en Emerson, menos en quien pasó
a la acción que en el creador de todo
un pensamiento pretendidamente dinámico y sincrético, el lenguaje religioso es
notablemente manifiesto en los autores trascendentalistas. No es menos evidente
la identificación absoluta de Dios con la Naturaleza y –por tanto- la de la
voluntad de conocerla con el conocerse.
A pesar de las mentadas contradicciones que jalonan el pensamiento y las letras
del gurú de Concord, Emerson propone
buscar en la Naturaleza lo que las tradiciones y los viejos sistemas de
pensamiento ya no pueden ofrecer. En definitiva, tanto el impulso reformista
como el carácter adogmático del trascendentalismo son reconociblemente
unitarios, bien que transformados en una suerte de religión individual que
explica eficientemente una de las frases predilectas del autor de Nature: “Ne te quaesiveris extra” (No te
busques fuera de ti mismo).
Hasta cierto punto, Emerson y Thoreau reaccionaron intelectualmente a
los movimientos comunitarios que se extendieron a lo largo y ancho de la
Norteamérica decimonónica. Henry David, a pesar de su consabido llamamiento a
la desobediencia civil (Resistance to
Civil Government. 1849) y su abolicionismo comprometido (A Plea For Capitan John Brown. 1853), no
militó jamás en movimiento organizado alguno. Por otra parte, no ha de chocar
que Emerson hablara del “genio insulso” de un país transformado en laboratorio
experimental de toda clase de proyectos comunitarios; proyectos utópicos
frecuentemente divorciados del más elemental sentido común. Para uno y otro,
todo progreso social empezaba en la transformación individual y ésta, a su vez,
en la contemplación trascendental de la Naturaleza.
Terminaremos recordando que el trascendentalismo coincidió en el
tiempo con el Comeoutism (el
afloramiento de sectas cuáqueras, shakers, mormonas, etc.) y con proyectos
laicos como el socialismo fourieriano, la Brook
Farm que tanto disgustó al escritor –cercano al trascendentalismo- Nathaniel
Hawthorne (1804-1864) y otras como New
Harmony, Icaria o Fruitlands (fundada en Harvard por Bronson
Alcott). A pesar del tibio interés que algunos de aquellos proyectos suscitaron
en ciertos trascendentalistas, todas estas manifestaciones gregarias no solo
constituyeron una enorme antagonía del “Ne te quaesiveris extra”, sino que
alojaron realidades tan sórdidas como las reflejadas por Hawthorne o Melville
(1819-1891) en sendos testimonios, y que gozan de una inquietante vigencia en
nuestros días.
El ideal del Self made man
Va haciéndose patente que el ideal del hombre hecho a sí mismo encaja con
la defensa del pensamiento propio y la confianza en uno mismo. Desde la
autoformación, el Self made man
reacciona contra la aceptación irreflexiva de sistemas de pensamiento puramente
exotéricos, caminando hacia el
autoconocimiento a través de la Naturaleza. En cualquier caso, el ideal Smm se relaciona indefectiblemente con
un individualismo muy específico, en el que ciertas circunstancias de
adaptación a un medio salvaje tienen
un peso que no conviene pasar por alto. Sin ir más lejos, la célebre frase
emitida por Emerson cuando conoció Inglaterra, “England is a Garden!”, denota
elocuentemente hasta qué punto la vida colonial en la Nueva Inglaterra
decimonónica estaba entreverada con el Wilderness.
En sentido similar al anterior, sabemos que uno de los lugares comunes
de la crítica waldeniana (en
referencia al ya clásico Walden or Life
in the Woods de H. D. Thoreau, 1854) tiene que ver con la acusación a
Thoreau de haberse retirado demasiado cerca de la villa de Concord, en terrenos
de los Emerson; demasiado cerca del agro civilizado como para reivindicar una
vida deliberada en los bosques. En definitiva, se trata de un razonamiento que,
más o menos conscientemente, omite una característica esencial del contexto en
cuestión: la frontera entre villas y bosques era aún significativamente estrecha
e indefinida, del mismo modo que el granjero y el intelectual eran
frecuentemente la misma persona.
En el Smm se encuentran de
algún modo tres pautas bastante equilibradas: la autosuficiencia, la necesidad
de formación intelectual y la reivindicación de una colectividad basada en la mejora individual. La primera de
aquellas explica –entre otros motivos- el porqué del interés que una obra como Walden suscita hoy entre un colectivo
bastante heterogéneo de lectores no especializados. Los problemas que acucian
al ciudadano medio en la actual fase de civilización occidental –problemas que
los trascendentalistas previeron- invitan a la búsqueda ciudadana de
alternativas vitales al deterioro de nuestros estados de bienestar; todo ello
sin contar con que la autosuficiencia viene a ser la contrapartida física de la
autonomía inmaterial que ofrece la autoformación.
Enlazando un tema con otro, el “auto” que prefija la formación que
Emerson teoriza tiene que ver con una Norteamérica en la que la Academia, el
saber institucional, se circunscribía a ciertos ambientes elitistas que seguían
mirando hacia Europa y –en muchos casos- despreciando su propia cultura
vernácula. En gran medida, el intelectual norteamericano decimonónico estaba
abocado a formarse al margen de toda una serie de instituciones que aún estaban
en pañales; como Whitman, a recibir una educación primaria y leer
desordenadamente “a algunos clásicos griegos, Shakespeare, Hegel, Cervantes, un
libro de ciencia divulgativa y las leyendas indostánicas” (Francisco Alexander).
Hay, no obstante, algo más: el intelectual norteamericano habría de completar
con grandes dosis de vivencia la
exigüidad de su bagaje literario.
Puede afirmarse algo parecido respecto a los paisajistas de la Escuela
del Hudson. Frente a un número reducido de pintores de Historia formados en el
Viejo Continente (y que generalmente pertenecían a las clases dirigentes), un
artista fundacional como Thomas Cole (1801-1848) aprendió a dibujar a partir de
un libro de grabados que un pintor itinerante –el señor Stein- le prestó.
Podemos decir además que –en paralelo al caso Whitman- conocía deslavazadamente
la pintura de maestros clásicos como Salvatore Rosa, Claudio de Lorena o John
Martin. En la experimentación vivencial del paisaje, pues, descubrió el camino
hacia una pintura propia que acabaría por sublimar las limitaciones técnicas
propias del autodidactismo; algo parecido a la “ingenuidad de la infancia y el
vigor del arte primitivo” que José Martí vio en el cuadro Prisoners from the Front (Winslow Homer, 1866).
El reto emersoniano consistía en crear
una cultura democrática lo menos deudora posible del pasado europeo y, sobre
todo, que fuese específicamente estadounidense. De ahí sus recurrentes
reivindicaciones de mirar al presente y su ensalzamiento del individuo frente a
toda una serie de comportamientos gregarios típicamente americanos. Por otra
parte, hay en sus escritos una cierta dialéctica entre niveles micro y macro, y
la confianza individual se corresponde subrepticiamente con la confianza de la
nación en sí misma. El país había de formarse a sí mismo al modo de Whitman y
Cole, recurriendo para ello a un excipiente que es a la vez el auténtico pasado:
la Historia inmemorial de una Naturaleza que el Reverendo Channing ya había
identificado con Dios en su Self Culture (1839).
Mientras que para Washington Irving, Poe (1809-1849) o el poeta Henry
Wadsworth Longfellow (1807-1882) el Scenery
no era más que un tema literario equiparable al de lo indio o las leyendas
coloniales, para Emerson era el continente de “toda una analogía entre ética,
estética, política y Naturaleza” (Antón Pacheco). Del mismo modo, el Smm debía conciliar una relación íntima
con el paisaje con “un estado de ánimo liberal” como el que Thoreau dijo que le
indujo el Leaves of Grass (1855) de
Whitman. El trascendentalismo vino a decir al americano medio lo que Ruskin
recomendó a los artistas ingleses en Modern
Painters (1843): “que fuesen a la Naturaleza con toda la ingenuidad de su
corazón, y caminasen hacia ella laboriosa y lealmente, sin otro pensamiento que
el de penetrar mejor en sus designios”.
Resumiendo, el Smm ideal
vuelca su autoinstrucción natural en
una república definida –de nuevo Channing I- como la Universidad de las gentes.
El círculo se cierra de algún modo volviendo a la imagen del individuo que va y
viene de la civilización a la Naturaleza; que integra un conocimiento libresco no institucionalizado en la
experiencia directa de la Naturaleza y viceversa, o, expresado con sencillez,
que piensa por sí mismo. Cerraremos así esta pequeña aproximación al
trascendentalismo con ciertas palabras del Self-Reliance
(1841) emersoniano: “cuando un espíritu es sencillo y recibe la sabiduría
divina, todo lo antiguo se desvanece; medios, profesores y textos se derrumban.
Esa sabiduría vive en el ahora, absorbiendo pasado y futuro en el instante”.