Leer Nº 253
El pasado 13 de mayo Rafael Lozano-Hemmer presentó su exposición “La abstracción biométrica” en el Espacio Fundación Telefónica (Fuencarral, 3) de Madrid. La muestra reúne nueve obras que interactúan con el público a partir de la medición de sus datos biológicos. Hablamos con el creador del Concurso Internacional de Arte y Vida artificial VIDA sobre una propuesta que hasta el 12 de octubre pedirá la participación del visitante
Dices que vienes de la lectura
¿Podrías explicarte al respecto?
Todos venimos
de la lectura. Si te consideras artista y no lees eres un imbécil. Leo mucha
literatura latinoamericana, y muchas de las obras de La abstracción biométrica están inspiradas en el trabajo de Adolfo
Bioy Casares. En La invención de Morel
(1941), Bioy escribe sobre una nueva tecnología posfotográfica que captura la
presencia tridimensional de unos personajes, que luego reproduce en el espacio
vivo de una isla; es una historia bellísima en la que el protagonista se
enamora de una grabación y… no cuento más. La idea principal es que “presencia”
y “ausencia” no son opuestos autoexcluyentes, y el relato de Bioy Casares
remite a esa posibilidad de solapar el pasado y el presente.
Has expresado tu interés por la
poesía y por su capacidad de suscitar diferentes interpretaciones ¿Mencionarías
a algún poeta o teórico literario que haya influido decisivamente en la
gestación de tu discurso artístico?
Además de
gustarme mucho la obra de Octavio Paz, me interesa su capacidad para entender
que la poesía se puede traducir. Paz era un verdadero proponente de su
traducción. Es un tema bastante espinoso, pero lo encuentro fundamental a la
hora de trasladar sensaciones a través de diferentes disciplinas. Si tomas sus
relatos sobre la traducción y los llevas al campo del arte visual, verás que
son perfectamente aplicables.
En la descripción de La abstracción biométrica se lee lo
siguiente: “La exposición incorpora
formas críticas y poéticas con el objetivo de sensibilizar al público y
lanzarle preguntas que le hagan reflexionar, basándose como siempre en el
componente tecnológico”. ¿Podrías hablar someramente de la clase de
reflexiones que crees que tu obra podría generar?
Mis obras
tratan sobre temas manidos por los artistas; temas que tienen que ver con la
traición, la soledad, la muerte, los límites, las transgresiones, las hormonas…
En La Abstracción biométrica, tienen
que ver especialmente con la idea de que el retrato se puede convertir en
paisaje; es decir, en una relación con otros elementos panorámicos.
Hemos leído hasta la saciedad cómo el arte del siglo XX puede reducirse a una buena comprensión de Duchamp y Picasso. ¿Añadirías algún otro nombre propio con el fin de actualizar este canon fundacional, en su devenir hacia el presente?
(Risas) Sin
duda. Pondría el trabajo de Gyula Kosice. Se trata del artista argentino
pionero de las esculturas articuladas, el neón, los inflables, el arte
hidrológico. Empezó en los cuarenta y sigue vivo, pero –desgraciadamente- no se
le ha reconocido lo suficiente. Es uno de los quince o veinte nombres que
deberían incluirse en este tipo de listados.
Has dicho que “hoy las obras de
arte son las que nos miran y nos escuchan” y, sin embargo, en grandes ferias de
arte contemporáneo como las últimas ARCO, es fácil comprobar la vigencia de
soportes y planteamientos convencionales.
¿Crees que la producción de obra tecnológicamente interactiva evoluciona hacia
un status idiosincrático, o la concibes como una tendencia más?
La
interactividad siempre ha existido. Duchamp –volvemos a él- dijo que es la
mirada la que hace al cuadro. Cuando el público interpreta y crea, a través de
su lectura de la obra, entiendes que incluso una pintura o un soporte
convencional puede y debe ser interactivo. Respecto a ARCO, hay que recordar
que es –sobre todo- una plataforma definida por esa convencionalidad: allí es
difícil hacer instalaciones más arquitectónicas o más inmersivas. Sin embargo,
estuve en la última edición y vi muchísimo arte interactivo. Poco a poco, los
raros serán los museos que no tengan arte electrónico. Al final, es parte de
nuestra cultura contemporánea, y alguien que no se interesa por las tecnologías
no está interesándose por sí mismo.
No hay duda de que conoces el
trabajo de Orlan, Stelarc o Kevin Warwick (performers
que han intervenido su propio cuerpo generando serias polémicas)
¿Relacionarías tu trabajo con el de alguno de ellos?
Sí. Solo que
no tengo esa visión de sacrificio –casi católica- de la autoflagelación (que en
el caso de Orlan es más bien maya). Encuentro la idea de la transformación del
cuerpo propio muy viable e importante, y la sigo y disfruto mucho, pero intento
hacer un trabajo diferente al de quienes ya hacen muy bien el suyo. Creo que el
arte de la modificación del cuerpo es muy maduro, con fantásticos exponentes
como los que citas. No tengo mucho con lo que contribuir, sin que por ello me
guste menos. Me gusta mucho como consumidor.
Parece que tu obra no va dirigida
a ningún target en concreto, y que en
ese sentido es más integradora que elitista, en tal caso ¿Recomendarías La abstracción biométrica a nuestros
lectores? Y ¿En qué términos lo harías?
Lo haría
invitando a la gente a curiosear por nueve instalaciones que piden su
participación, pero al mismo tiempo, lo haría sin esa vocación democrática que
de repente se me ha asignado. Le Monde me
llamó “el artista megalodemócrata” y, aunque me gustó el término, gran parte de
mis obras –desgraciadamente- se presentan como una especie de propuesta
emancipadora y entretenedora del público, cuando muchas de las que la
exposición contiene son lúgubres; tratan temas tenebrosos que te hacen
reflexionar. De hecho, si participas demasiado de una de las obras (Respiración circular y viciosa, 2013)
mueres, luego, no quiero que la gente venga aquí pensando que su participación
es emancipación. La abstracción
biométrica reúne una serie de obras monográficas –sujetas a un tema muy
particular- que van desde el asombro hasta la muerte.