Leer Nº 251
Observa Ricardo Piglia que,
después de tantos años escribiendo en sus cuadernos, ha empezado a preguntarse
“en qué tiempo de verbo hay que situar los acontecimientos”; frase cuyas letras
adheridas sobre la pared se contemplan como una de las técnicas mixtas de
Eduardo Stupía, alojadas junto a párrafos de Piglia en el Círculo de Bellas
Artes de Madrid. En efecto, Fragmentos de
un diario confronta registro y recuerdo, poniéndolos a dialogar en un no
tiempo, o en un tiempo absoluto si se quiere. Dos formas de expresión conversan
–hablando sin duda de lo mismo- sobre una metafísica de lo fragmentario.
Cuando se coge el catálogo y se
leen las entradas del escritor bonaerense, se da con una serie de argumentos novelables extraídos de la pura
cotidianeidad. Sublima con lenguaje y estilo excelsos la clase de escenas
deslavazadas que sugieren las conversaciones de sala de espera; aquellas que se
escuchan soslayadamente y que continúan, a veces, en nuestro adormilado fuero
interno. Tal actividad puede generar reflexiones brillantes en muchas cabezas,
pero Piglia se cuida de escribirlas desde 1957, y su costumbrismo heterodoxo y sin
aspiraciones se trufa de aforismos, recordando un poco a los grandes digresivos
norteamericanos y en especial al Alfred Kazin de Un paseante en Nueva York (Barataria, 2009). Pertenece como aquel a
la subespecie de los profesores, y así lo avalan sus citas a Grombrowicz,
Brecht, Adorno, Beckett, Kerouac, la serie The
Wire o Cahiers du cinéma, entre
otras.
La mezcla de figuración y gesto
de Stupía –de concreción y abstracción- también remite a ese mundo fragmentario
en que las partes equivalen al todo, y en el que ítems e imágenes reconocibles,
insertadas en el magma stupiano por la técnica del collage, exhiben cierta posibilidad de relato a partir de elementos
más o menos precarios. Así ocurre en las entradas escritas por Piglia durante
su residencia académica en Princeton, que no en vano han inspirado las técnicas
mixtas expuestas en la sala Minerva. Y es que hay una esencia común a estos dos
lenguajes tan afortunadamente autónomos, y es como un animal gigante que no
pudiésemos observar sino muy de cerca: tanto como para solo ver algunos
accidentes epidérmicos y tener que imaginar –intuir místicamente quien pueda o
sepa- el resto del ser.
En algún lugar de la escritura
introspectiva de Piglia encontramos una alusión a unos “bloques de existencia”
que también aparecen sobre el papel
Fabriano: el empleado por el dibujante aliado en las series que la galería
argentina Jorge Mara-Laruche y el Círculo han traído hasta Alcalá 42. Dichos
bloques son en ambos casos capturas; pequeñas capturas de lo inaprehensible con
las que elaborar un discurso, justamente sobre lo que solo puede semblarse a
partir de un hilado de particularidades. Y estos discursos paralelos son más
que nada estilos, y el estilo no es otra cosa que la convicción absoluta de
tenerlo –escribe Piglia en la presentación de la propuesta-. Unas líneas antes
de esta reflexión, puede leerse una de las mejores respuestas a la eventual
pregunta de sobre qué trata Fragmentos de
un diario: una exposición sobre “figuras, escenas, fragmentos de diálogos,
restos perdidos que renacen cada vez. Nunca coinciden o coinciden en
acontecimientos mínimos que se disuelven en la maraña de los días”.
Eduardo Stupía. Sin título. Técnica mixta sobre papel