5 abr 2014

La maraña de los días


Leer Nº 251
 
Observa Ricardo Piglia que, después de tantos años escribiendo en sus cuadernos, ha empezado a preguntarse “en qué tiempo de verbo hay que situar los acontecimientos”; frase cuyas letras adheridas sobre la pared se contemplan como una de las técnicas mixtas de Eduardo Stupía, alojadas junto a párrafos de Piglia en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. En efecto, Fragmentos de un diario confronta registro y recuerdo, poniéndolos a dialogar en un no tiempo, o en un tiempo absoluto si se quiere. Dos formas de expresión conversan –hablando sin duda de lo mismo- sobre una metafísica de lo fragmentario.

Cuando se coge el catálogo y se leen las entradas del escritor bonaerense, se da con una serie de argumentos novelables extraídos de la pura cotidianeidad. Sublima con lenguaje y estilo excelsos la clase de escenas deslavazadas que sugieren las conversaciones de sala de espera; aquellas que se escuchan soslayadamente y que continúan, a veces, en nuestro adormilado fuero interno. Tal actividad puede generar reflexiones brillantes en muchas cabezas, pero Piglia se cuida de escribirlas desde 1957, y su costumbrismo heterodoxo y sin aspiraciones se trufa de aforismos, recordando un poco a los grandes digresivos norteamericanos y en especial al Alfred Kazin de Un paseante en Nueva York (Barataria, 2009). Pertenece como aquel a la subespecie de los profesores, y así lo avalan sus citas a Grombrowicz, Brecht, Adorno, Beckett, Kerouac, la serie The Wire o Cahiers du cinéma, entre otras.

La mezcla de figuración y gesto de Stupía –de concreción y abstracción- también remite a ese mundo fragmentario en que las partes equivalen al todo, y en el que ítems e imágenes reconocibles, insertadas en el magma stupiano por la técnica del collage, exhiben cierta posibilidad de relato a partir de elementos más o menos precarios. Así ocurre en las entradas escritas por Piglia durante su residencia académica en Princeton, que no en vano han inspirado las técnicas mixtas expuestas en la sala Minerva. Y es que hay una esencia común a estos dos lenguajes tan afortunadamente autónomos, y es como un animal gigante que no pudiésemos observar sino muy de cerca: tanto como para solo ver algunos accidentes epidérmicos y tener que imaginar –intuir místicamente quien pueda o sepa- el resto del ser.

En algún lugar de la escritura introspectiva de Piglia encontramos una alusión a unos “bloques de existencia” que también aparecen sobre el papel Fabriano: el empleado por el dibujante aliado en las series que la galería argentina Jorge Mara-Laruche y el Círculo han traído hasta Alcalá 42. Dichos bloques son en ambos casos capturas; pequeñas capturas de lo inaprehensible con las que elaborar un discurso, justamente sobre lo que solo puede semblarse a partir de un hilado de particularidades. Y estos discursos paralelos son más que nada estilos, y el estilo no es otra cosa que la convicción absoluta de tenerlo –escribe Piglia en la presentación de la propuesta-. Unas líneas antes de esta reflexión, puede leerse una de las mejores respuestas a la eventual pregunta de sobre qué trata Fragmentos de un diario: una exposición sobre “figuras, escenas, fragmentos de diálogos, restos perdidos que renacen cada vez. Nunca coinciden o coinciden en acontecimientos mínimos que se disuelven en la maraña de los días”.

Eduardo Stupía. Sin título. Técnica mixta sobre papel