Hacía treinta años que no se
programaba una retrospectiva de Paul Cézanne en España, y el Thyssen expone
ahora cincuenta y ocho obras del artista provenzal bajo un criterio novedoso y
menos obvio que lo que cabía esperar. Comisariada por Guillermo Solana,
director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza, la muestra exhibe a un Cézanne
–por así decir- recontextualizado desde las postrimerías del formalismo cubista,
mirado también retrospectivamente e iluminado por las jugosas consideraciones
de Smithson, Motherwell o Svetlana Alpers. Claro que habrá que buscar a ese
otro Cézanne en el interior del catálogo, ya que la exposición en sí es rápida y austera en vinilo: unas pocas
explicaciones y la Anécdota del cántaro de
Wallace Stevens, a modo de ilustración poética de los bodegones-paisaje y
paisaje-bodegones del francés. Gaugin, Pisarro, Bernard, Derain, Lhote, Braque
y Dufy aportan otras nueve obras.
Si la contribución cezanniana a
la superación del tema pictórico no suele cuestionarse, sí lo hace –al menos
Robert Smithson, a quien el gran público conocerá por su Spiral Jetty (1970)- la lectura, vigente durante décadas, del Cézanne
precubista y precursor de Braque y Picasso. La tesis de Smithson denuncia la
tergiversación cubista que lee la
pintura del paisajista-bodegonista en clave estrictamente formal, omitiendo
deliberadamente la importancia del site;
es decir, la importancia del lugar real y su fisicidad. Smithson se refiere a
una “referencia física” y a “una elección del tema que no es simplemente un
asunto representacional que haya que evitar”. Así, que el tema haya perdido su
vigencia secular, no ha de restar importancia al carácter experiencial de la
pintura de Cézanne y al modo en que se relaciona con el “terreno”.
A favor de Smithson, que arrima
su sardina a las ascuas del Land Art,
cabe recordar que el pintor francés recorrió –frecuentemente junto a Zola- un
buen puñado de caminos de la zona de Aix durante su juventud; que primero
conoció el paisaje y luego lo pintó. También cabe considerar, con el
norteamericano, cómo la fotografía sacó a la quinta de Cézanne de los estudios
y los arrojó a los sites. Nacería así
el diálogo entre site y non site, entre paisaje y still life y, en definitiva, entre
plenairismo (la pintura au plein air,
que el propio pintor consideró superior a cualquiera de sus obras de taller) y
trabajo de estudio. El paisaje al aire libre supone más o menos la mitad de la
producción cezanniana, constituyendo la otra mitad sus célebres retratos,
cuadros de bañistas y naturalezas muertas: Cézanne.
Site/non site ahonda justamente en las relaciones íntimas de ambas mitades,
al hilo de las relecturas smithsonianas y su reivindicación de un Cézanne desconocido y menos decorativo.
Efectivamente, las naturalezas
muertas del artista son significativamente paisajísticas –André Masson las
considera “geológicas”-, mientras que sus paisajes parecen obedecer a cierta
disposición objetual que remite directamente a sus naturalezas muertas. Hay una
concepción espacial subyacente, común en aquellas y estos, y una tendencia en
su obra crepuscular a entreverar fondos y formas; hay una especie de trans-site o transite (que remite a
“transito”, ¿por qué no?). Digamos con Smithson que hay –en toda su pintura-
“terreno” y que, ciertamente, la reducción formalista de su obra la ornamentaliza injustamente; muy
injustamente para un artista que experimentó
el paisaje fuera y dentro del taller. Cézanne.
Site/non site: hasta el 18 de mayo en el 8 de Paseo del Prado, en Madrid.