Das Böse bannt
El Mal se desvanece. Egusquiza y el
Parsifal de Wagner en el Museo del Prado
4 de noviembre de 2013-7 de septiembre de 2014
Sala 60, planta baja. Edificio Villanueva
Leer Nº 249
4 de noviembre de 2013-7 de septiembre de 2014
Sala 60, planta baja. Edificio Villanueva
Leer Nº 249
El 31 de diciembre de 1913 se
estrenó por primera vez fuera de Bayreuth, y con el consentimiento de su autor,
el Parsifal de Wagner. Fue en el Gran
Teatro del Liceo de Barcelona y en un país en el que la afición al compositor
venía directamente ligada a la inteligencia regeneracionista del cambio de
siglo; una afición que se materializó en las respectivas fundaciones de las
asociaciones wagnerianas de la ciudad condal (1901-1936) y de Madrid
(1911-1915). A pesar de su afincamiento en Paris, el pintor santanderino
Rogelio Egusquiza (1845-1915) perteneció a la segunda, entre cuyos miembros cabe
citar a Beruete y Moret y Tomás Campuzano. Egusquiza conoció a al genio de
Leipzig en septiembre de 1879, poco después de acudir a la representación de El anillo del nibelungo en Múnich.
El Prado se une a las
celebraciones bicentenarias del nacimiento de Richard Wagner (1813-1883)
dedicando una de sus salas a El mal se
desvanece (Das Böse bannt) y exponiendo por primera vez en el museo cuatro
dibujos, siete grabados, dos cuadros y un busto broncíneo de Wagner. La amistad
que unió a Egusquiza y Beruete y Moret –que dirigió El Prado en su momento-,
las circunstancias históricas y alguna clase de justicia divina han propiciado
que Egusquiza ocupe un espacio contiguo a la sala de los Sorollas y los
Beruetes, y que podamos recordar ahora a un artista que dedicó nada menos que
dos décadas de producción plástica a una última ópera que el propio Wagner
definió como Bühnenweihfestspiel;
esto es, como Festival Escénico Sacro.
La pasión del cántabro por Parsifal encaja perfectamente con su
documentada filiación al rosacrucianismo parisino, como lo hace la voluntad
wagneriana de que dicha obra no fuese representada jamás como mero espectáculo con
la identificación del rosacruz Joséphin Péladan (1858-1918) entre arte y
mística. No ha de extrañar que Egusquiza asistiera a los salones rosacruces
celebrados en los noventa del XIX en la capital francesa, y que en el primero
de aquellos –en realidad una exposición en la galería Durand-Ruel (1892)- sonase, como se sabe, el preludio de la ópera
en cuestión. Por último, no es tampoco casual que el alambicado nombre de la
orden fundada por el extravagante Péladan hiciese referencia a la Estética y al
Santo Grial.
Con todo, es curioso que Caro
Baroja considerase a Egusquiza un pintor poco wagneriano en relación a sus cuadros
“de figura”; cuadros alejados del ideal de síntesis y totalización que preside
la teoría estética del compositor. En efecto, su obra parsifaliana es más hibridación de simbolismo y Escuela Española
que ninguna clase de wagnerianismo pictórico. Su Titurel es absolutamente blakeano, El Santo Grial un puro emblema alquímico y sus Parsifal y Kundry… impresionantes
cuadros escenográficos que merecen ser contemplados. Lo cierto es que el mal
siempre se desvanece en El Prado, y descubrir al único wagneriano español que
–además de Marsillach- conoció al mito alemán, en la sala 60, es una excusa
excelsa y muy poco habitual para volver.
Rogelio de Egusquiza y Barrena. Parsifal,
1910