26 sept 2013

Belleza insólita


Leer Nº 246
La belleza encerrada. De Fra Angelico a Fortuny
Museo Nacional del Prado. Hasta el 10 de noviembre de 2013

La belleza encerrada. De Fra Angelico a Fortuny es una exposición de fondo, narrada cronológicamente y principalmente orquestada sobre dos criterios formales: soportes modestos en dimensiones y prolijos en preciosismo. Dichos puntos de partida han implicado un montaje intimista que pasa por el uso de ventanas, colgados inusuales de algunos cuadros y una iluminación tenue que invita a una contemplación recogida de las 281 obras que constituyen la muestra, incluyendo entre aquellas a las más de setenta que han sido restauradas para la ocasión.

Conviene observar que una mitad aproximada del contenido no ha sido exhibida recientemente, lo que no impide reconocer algunos cuadros no hace tanto expuestos por el Museo Nacional de El Prado, en propuestas como Patinir y la Invención del paisaje (2007) o la itinerante y más reciente Rubens, Brueghel, Lorena. El paisaje nórdico en el Prado. Con todo, La Belleza Encerrada contiene rarezas tan asombrosas como La Natividad (Pietro da Cortona, 1658) y El alma cristiana acepta su Cruz (anónimo francés, 1630); dos cuadros que anuncian elocuentemente la posibilidad de seguir recorriendo sendas poco trilladas a través de las grandes colecciones internacionales.

Sin duda, uno de los incentivos de la compilación de bellezas encerradas y reunidas en Madrid es la convivencia de anónimos, pseudos y seguidores de con Durero, Rafael, Tiziano, El Greco y otros maestros universales. Como si de un Gabinete de Curiosidades fragmentado en diecisiete salas se tratase, El Prado ha generado una curiosa convivencia de oratorios, pinturas piadosas nórdicas y sureuropeas, retrato y paisaje y cuadros de cámara dieciochesca, cubriendo un espectro poco convencional y que atañe nada más y nada menos que a quinientos años de producción artística occidental.

No tan lejos de nuestros días, en las últimas salas, es posible asomarse al Antiguo Régimen de la mano del siempre reconocible Luis Paret, confrontarse con la visión que Goya tenía de sí mismo y disfrutar de la atemporalidad paisajística que los dispares Martín Rico y Carlos de Haes supieron destilar. Así, la copia romana de Palas Atenea que recibe a los visitantes viaja de algún modo hasta el siglo de los temas burgueses decimonónicos, consumada la laicización de un fetiche artístico largamente consagrado a la devoción religiosa. No ha de extrañar entonces que todo termine con una reproducción postal de la Gioconda (1911) que remite a nuevos tiempos de belleza abierta; a la democratización del consumo de arte, la era de las reproducciones y el flujo instantáneo de imágenes artísticas.

En definitiva, La Belleza encerrada puede llegar a entenderse como una invitación a adquirir su excepcional catálogo. Quien así lo haga podrá seguir diseccionando las rarezas descubiertas sobre el terreno museístico en el espacio doméstico. Las reproducciones de detalle que incluye más dos pequeños ensayos –los de la comisaria Manuela Mena y el de Félix de Azúa- suponen una generosa ayuda en la exploración de regiones del arte y la cultura que –contra todo pronóstico- pueden y deben seguir (re)descubriéndose.

Martín de Heemskerck y Pedro Pablo Rubens (intervención posterior). La Última Cena. 1551/ S. XVII