5 jul 2013

Hyppolyte-Maindron 46

Giacometti. Terrenos de juego
Fundación MAPFRE. Madrid (del 13 de junio al 4 de agosto de 2013)

Leer Nº 244. 2013  


©Robert Doisneau/ Gamma Photo. Alberto Giacometti Estate/ VEGAP Spain, 2013

Genet decía que Giacometti hacía vibrar por entero su taller; que lo hacía vivir en cuanto entraba en él. Sumada a las fotografías de Scheidegger y Doisneau, entre otros, la observación en cuestión incide en la especialísima metafísica espacial del artista suizo: la que Giacometti. Terrenos de juego procura poner de relieve junto a otros pocos conceptos fundamentales en su obra. Los dieciocho metros cuadrados del atelier parisino en el que se instaló en 1927 –y que se le hacía cada vez más grande a pesar de su exigüidad- son de algún modo una de las obras más importantes del suizo. De hecho, es tanto una obra-matriz como la gran extensión física y anímica del escultor.

El taller del número 46 de Hippolyte-Maindron fue también –hasta la muerte del “padre” de los icónicos Homme qui marche I (1960) y Grande femme II (1960)- toda una sala de juegos existenciales caóticamente ordenada. Subráyese: nada allí, ningún pertrecho ni obra, anduvo jamás en tratos con ninguna clase de arbitrariedad. Y es que Giacometti es ante todo un creador de sitios que acabó convirtiéndose en exquisito relacionador de objetos tanto en el plano de lo estrictamente material como en el de lo trascendental, por mucho que –en última instancia- dicha clasificación no sea más que una exigencia racionalizadora del lenguaje.

Con todo, hablar aquí de juego –o juegos- puede resultar algo equívoco, toda vez que nuestro hombre fue un auténtico viajante nocturno. Buscador puro del lugar transversal , buceó como pocos en la insondable relación entre ser, tiempo, materia y espacio, como cualquier interesado puede comprobar leyendo su Le Rêve, le Sphinx et la Mort de T (1946). Al respecto, no deja de ser significativo que el artículo que la revista Labyrinthe publicara anunciase un proyecto que nunca se finalizó, y que se impulsó en gran medida en una especie de iluminación. Giacometti sintió repentinamente “que todos los acontecimientos se producían simultáneamente” y que “el tiempo se hacía horizontal y circular” siendo a la vez el espacio mismo.

Se entiende que –con el paso de los años- el pequeño estudio escultórico fuese tornándose más y más amplio para su egregio morador. Si acaso, era por el alma del artista por donde crecía, porque al ver Los pantalones de Giacometti mientras trabaja con yeso (Ernst Scheidegger, 1960) comprendemos hasta qué punto se mimetizó con su propio espacio de producción. De hecho, tanto como sus “mujeres grandes” lo hicieron con los árboles que indudablemente evocan. Sí, La fôret (sept figures, une tête) (1950) es un buen ejemplo de una depurada ambigüedad formal que aparecía ya en los primeros tableros giacomettianos: aquellos tableros de juego que parecen versiones sintéticas de Hippolytte-Maindron 46 y  en los que reverberan ciertos sones provenientes de ismos aledaños.

Fotografías del taller como las de Brassaï o Dora Maar no solo demuestran que la reciente asociación entre obra y espacio creador es mucho más que un vano recurso literario: su estudio fue un tablero mutante como sus maquetas son posibles números 46 de Hippolyte-Maindron. Y es que, a poco que sepa mirar, el visitante encontrará todo el espacio que Fundación Mapfre y Hamburger Kunsthalle dedican a Giacometti cubierto de un polvo de yeso capaz de homogeneizar los recuerdos, de convertir el tiempo en espacio –y viceversa- y de hacernos caminar por toda una sucesión de plazas mentales de camino hacía aquel pequeño gran lugar cercano a Montparnasse.