3 may 2013

Cuando las cosas son lo que parecen


Hiperrealismo 1967-2012. Museo Thyssen-Bornemisza (hasta el 9 de junio de 2013)

Leer Nº 242. 2013

Después de los artistas pop vinieron los fotorrealistas, tomando el relevo temático del masscult y el mundo del bienestar. Como veremos en la exposición comisariada por Otto Letze en el Thyssen, una de las expresiones idiosincráticas de esta segunda rebelión frente al expresionismo abstracto es la fascinación por las superficies cromadas. Así lo patentan la flamante caravana Airstream que Ralph Goings representa en su cuadro homónimo (1970) y las cabinas telefónicas que Richard Estes inmortaliza en Telephone Boots (1967). Son imágenes tan deliberadamente icónicas y memorizables que podrían haber nacido de las postales y los imanes domésticos que las reproducen; imágenes, además, temidas por toda una serie de analistas culturales que, desde los setenta, denunciaron su poco disimulado carácter reaccionario y populista.

Consideraciones altoculturales aparte, el superficialismo de los fotorrealistas es mucho más que una tendencia temática; es –de hecho- la propuesta de una realidad que empieza y termina en las superficies. Entre los cuadros compilados en Madrid, es difícil encontrar los vestigios analíticos propios del hiperrealismo plenairista; el juego íntimo de relaciones matéricas que nos permite diferenciar las pinturas que construyen de las pura y no menos laboriosamente efectistas; las simultáneamente portadoras de varios planos de significación de las que invitan a un vistazo rápido. Así, no es casual que muchas de las composiciones reunidas en Hiperrealismo resulten demasiado artificiales y que el recurso de los brillos y los reflejos satinados se antoje a veces algo abusivo.

Aun aceptando el objetivo común de las tres generaciones de artistas presentes en el Thyssen –su voluntad de crear un lenguaje pictórico no reñido con las técnicas fotográficas que lo inspiran- el fotorrealismo no pretende diseccionar la realidad para recomponerla después, si no plasmar el aspecto más exterior de las fenomenologías lumínicas y cromáticas que la representación de objetos civilizados ofrece. Llama la atención no encontrar paisajes naturales –verdadero campo de trabajo de la interpretación fenomenológica de lo real, tanto en sus vertientes más ultradescriptivas como en las más experimentales- y se da, pues, la paradoja de un hiperrealismo que apenas puede contarnos nada nuevo sobre la realidad; que topa con el muro superficial de su materialidad y se detiene irremisiblemente; que da a entender, bien que subrepticia e involuntariamente, que las cosas son ni más ni menos que lo que parecen.

En definitiva, Hiperrealismo es una exposición de obligada visita tanto para intelectuales con inquietudes sociológicas como para el aficionado medio. Los primeros  comprobarán cuán vivo está el debate que clásicos modernos como Vanguardia y Kitsch (Clement Greenberg, 1939), Apocalípticos e Integrados (Umberto Eco, 1965) o Una filosofía del arte de masas (Noël Carrol, 1998) propusieron en sus respectivos momentos. De entre los segundos, quizá haya quien encuentre algún eco de Robert Adams en Prout´s Diner  (John Baeder, 1974) o una elocuente reminiscencia canalettiana en Canal Grande (Raphaella Spence, 2007). En cualquier caso, unos y otros podrán disfrutar del sabor a entertainment de la muestra, entre los reiterados “parece una foto” que sin duda brotarán de una más que generosa concurrencia.