5 mar 2013

Otredades descafeinadas

Luces de Bohemia. Artistas, gitanos y la definición del mundo moderno
Fundación MAPFRE, Madrid
Del 2 de febrero al 5 de mayo de 2013

Leer Nº 240. 2013


El poder catártico y sublimador del arte se encuentra sin duda tras la configuración moderna y contemporánea del artista bohemio decimonónico: libertad y marginación frente a las convenciones burguesas, el lumpen viajero como modelo y la absenta y otros excesos como disciplina. Dos mundos confluyen en la conformación del antecesor arquetípico del hipster contemporáneo, y uno engendra al otro: el de los nómadas provenientes de la actual República Checa y otros lugares centroeuropeos –el romaní- y el del selecto puñado de intelectuales transgresores que –véase La habitación roja de Strindberg- “se dejaban el pelo largo, llevaban sombreros de ala ancha y corbatas de colores chillones, y vivían como los pájaros del cielo”.

Si hablábamos de dos mundos, el primero es el de los éxodos interminables hacia ninguna parte, como bañados en un crepúsculo eterno; el de la madera crujiente, el polvo flotante del camino y el olor rancio y sucio de los campamentos gitanos. Sus escenarios fueron los menguantes refugios naturales que –en el avance del diecinueve- permanecían aún indómitos frente al yugo del sedentarismo dominante y sus templos de constricción, en los márgenes de las grandes ciudades europeas. Más allá de los transgresores cantos de sirena que prometían ese “vivir deliberadamente” que Thoreau acuñara en sentido y contexto distinto, el segundo es el de los chaquetones raídos de los bebedores de ajenjo, las estufas, los efluvios de trementina y –en definitiva- el de un malditismo hoy por hoy perfectamente normalizado.

Pero el “Los gitanos son un tema. Y nada más” que Lorca escribiera en carta a Jorge Guillén, es extrapolable al diálogo casi únicamente conceptual que bohemios genuinos y de adopción mantuvieron en su construcción posromántica de la Modernidad. La distancia que separó a los cafés de los asentamientos de roulottes es tan grande como la que se extiende hoy entre algunas élites artísticas contemporáneas y las nuevas realidades marginales que son objeto de su producción. Digamos que, cada cierto tiempo, nuestra Europa se cansa de sí misma y se explora hastiosamente en sus periferias; que lo institucional registra estos movimientos hasta que nuevos hartazgos socioculturales exigen otra vuelta de la misma burra a un trigo diferente.

Hablamos además de la gestación de lo que Dwight Mac Donald llamará midcult (Masscult and Midcult, 1960). Tópicos de la importancia de la Carmen de Bizet o del artista bohemio irán de la mano de sus propios devoradores: una masa naciente de consumidores de alteridad interesada por los montmartres oficiales y por disfrutar de una cena en Els Cuatre Gats que coloreé un poco sus prosaicas y rutinarias vidas, y que no implique en absoluto los sesudos rigores que podría conllevar la intrépida lectura de Los poetas malditos de Verlaine o el simple figurarse de la mísera vida de quienes no salieron en la foto. En su derecho pues, el ciudadano de a pie se apropia de otredades que en tiempos lidiaron con sus particulares Jinetes del Apocalipsis; más allá de todo juicio de valor, otredades descafeinadas ahora que el tiempo y las reiteradas institucionalizaciones han bajado a los anteriores de sus ominosos caballos.

Ramón Casas. El bohemio poeta de Montmartre/ Retrato de Erik Satie. 1891