29 oct 2012

Más allá de la "carcasa"

Retratos. Obras maestras. Centre Pompidou.
Fundación MAPFRE. Madrid
Hasta 6 de enero de 2013
 
Leer Nº 237. Noviembre 2012

En 1900, la atmósfera artística y cultural de Montmartre se viciaba por momentos de ideas psicoanalíticas, de nuevas e intrépidas ciencias y de una sospecha: la posibilidad de encontrar realidad en toda una serie de mapas anímicos que debían ser trazados. Las circunstancias propiciaron así las primeras tentativas plásticas de agujerear el muro academicista –última y decadente expresión de absolutismo clásico– para ver qué había en quién y descubrir la insondable profundidad del ser.

Una segunda revolución artística ponía fin al régimen plástico establecido por su antecesora directa –la del retrato burgués en el siglo XVI– con la determinación creadora de trascender la opacidad del modelo para llegar al “yo” poliédrico. El individuo se construye, deconstruye y reconstruye en un todo fragmentario que vibra y muta a cada momento. Por eso el retratado especula y el artista evidencia, pues las razones del último –dijo Pierre Georges Brugière– “deben disciplinarse a la luz de la verdad” para que pueda mostrarse con éxito “lo que vive y siempre vivirá en el espíritu”.

Como de una u otra forma se propusieron todos y cada uno de los ismos modernistas, Picasso, Magritte, Dubuffet o Julio González irán más allá de la carcasa. Incluso habría que hablar en plural –carcasas– teniendo en cuenta que lo hicieron tanto respecto al objeto de su obra como a sí mismos. La exploración del otro se convertirá en la del propio artista y viceversa, y los mundos interiores de ambos quedarán misteriosamente sintetizados allá donde “la muerte no tendrá dominio”; justo en el lugar sobre el que Dylan Thomas escribió en el poema así titulado.


Estas batallas plásticas por el Todo y contra la nada –un engaño del demonio, diría Bergamín– tienen también sus mártires entre retratistas y retratados. No necesitamos saber que Yvette (1907-1908) era una prostituta tuberculosa para que el lienzo de Auguste Élysée Chabaud nos conmocione ni conocer los entresijos vitales de Francis Bacon o Bran Van Velde para intuir el tormento existencial desde el que frecuentemente trabajaron. Su pintura nos habla de ello en términos fugados a la Eternidad recordándonos lo que siempre supimos; demostrándonos que todo tiene sentido.

Conviene subrayar que no se habla aquí de una mera intención catártica, sino de la conquista casi marcial de la Verdad con mayúsculas; la que sólo puede ser revelada en formas subjetivas perfectamente alejadas de nada que tenga que ver ya con el gusto. El arte de retrato alcanzará una dimensión espiritual significativamente emparentada con la poesía de uno de los retratados en la colección del Pompidou: Pierre Jean Jouve (Henri Le Fauconnier, 1909). En definitiva, la Materia celeste (1936) que da título a su obra fundamental no es esencialmente distinta a la que Le Fauconnier buscó en él. 

Y esta materia que no es materia -o que lo es, bien que extremadamente sutil- es la patria de toda forma plasmable, moldeable o sencillamente imaginable, y si para Jouve la máxima expresión de la poesía venía determinada por la identificación absoluta entre palabra y pensamiento, el retratista se encuentra con lo celeste del ser cuando consigue traducirlo a un sistema formal coherente; demostrar que la información acerca de lo que somos y hay en nosotros llega sensiblemente atenuada a nuestras carcasas. Hay algo más –mucho más– que unos pocos  pueden y deben mostrarnos. 

Zoran Music. Autorretrato (detalle). 1988