Álbum Letras-Artes Nº 108. 2012
Sabemos que el diecinueve norteamericano fue un siglo acrisolado, absolutamente experimental y fascinante en todos los sentidos. Si se intenta obtener una perspectiva secular general y contextualizadora de la variedad de hitos, efemérides y momentos fundacionales que desembocaron en la constitución de los Estados Unidos de América -procurando alcanzar una cierta ponderación de esencias culturales que pase por la interconexión de particularidades que supone, en efecto, la idiosincrasia americana- veremos que al otro lado del Atlántico casi todo fue posible. Pero las reverberaciones de lo acontecido durante siglos en el Viejo Continente no sólo llegaron al país infante tardías y distorsionadas, sino que provocaron una cierta confrontación intelectual entre eurofilos y creyentes en el despertar cultural de la Nación. Así, las élites de Harvard y los defensores del self-made man (el hombre hecho así mismo), con R. W. Emerson a la cabeza, protagonizaron un debate de la naturaleza del que Eco plantearía un siglo después en su Apocalípticos e integrados.
El gran núcleo del arte
norteamericano decimonónico es la representación paisajística: que varias
generaciones de artistas abrazaran la
Naturaleza con toda la fuerza de su alma no pudo impedir que su obra se
prestase a lecturas relacionadas con las retóricas del progreso y el
expansionismo. La pintura de paisaje dio pábulo a dos optimismos tan
concordantes como discordantes: la visión trascendental del Wilderness y el más exacerbado de los nacionalismos (en
realidad una perversión propagandística del primero). Hasta aquí la cara clara,
la faceta luminosa de una cultura naciente (no es casual que la Escuela de las
Rocosas, sucursal oeste de la del Río
Hudson, haya sido frecuentemente asociada al término genérico de Luminismo). Tras éste las partes
oscuras, las sombras grotescas que la luz del triunfalismo paisajístico
proyectó sobre las entrañas coloniales.
Por otra parte, esta otra
dimensión de las letras y las artes norteamericanas presenta un cierto carácter
seminal, sin duda relacionado con los viejos
tabúes que las ortodoxias puritanas desembarcadas en la Nueva Jerusalén trajeron
consigo. Más allá de la indudable sensibilidad gótica de Charles Brockden Brown
(1771-1810) y de Poe, esta otra América vibra sin duda en los grandes
novelistas estadounidenses; en Hawthorne, Melville e incluso en Faulkner. De
hecho, sumándolos a la escuela trascendentalista
-Emerson et al- obtendremos el
claroscuro americano, al menos en lo que a literatura se refiere y como sucedió
muy en paralelo para con las artes plásticas.
El ya difunto especialista en cultura norteamericana Leslie Fiedler ofreció una valiosísima clave de la cuestión al definir el gótico neocontinental como “una literatura de lo oscuro y lo grotesco en la tierra de la luz y la afirmación”; claro que estos “oscuro” y “grotesco” son recursos simbólicos para hablar de una realidad moral tan arraigada en las tradiciones como cegada por la luz de un futuro prometedor. Cabe aquí establecer tres grandes líneas de negrura, vertebradoras como lo fueron -y a su modo lo siguen siendo- de la imaginería gótica norteamericana. En tal sentido basta fijarse en manifestaciones culturales de perfecta contemporaneidad -como el pulp o todo un cine mainstream en donde la fascinación por lo mórbido sigue gozando de buenísima salud- para corroborar la pervivencia de esta cara oscura norteamericana.
El ya difunto especialista en cultura norteamericana Leslie Fiedler ofreció una valiosísima clave de la cuestión al definir el gótico neocontinental como “una literatura de lo oscuro y lo grotesco en la tierra de la luz y la afirmación”; claro que estos “oscuro” y “grotesco” son recursos simbólicos para hablar de una realidad moral tan arraigada en las tradiciones como cegada por la luz de un futuro prometedor. Cabe aquí establecer tres grandes líneas de negrura, vertebradoras como lo fueron -y a su modo lo siguen siendo- de la imaginería gótica norteamericana. En tal sentido basta fijarse en manifestaciones culturales de perfecta contemporaneidad -como el pulp o todo un cine mainstream en donde la fascinación por lo mórbido sigue gozando de buenísima salud- para corroborar la pervivencia de esta cara oscura norteamericana.
Recontextualizando la cuestión,
Hawthorne escribe sobre la primera de aquellas en La letra escarlata y nos remite directamente al oscurantismo de los
tiempos premodernos: el escarnio público de la adultera Hester Prynne y el
castigo vitalicio que la comunidad le impone; un mundo de odios silenciosos,
culpa y expiaciones que rozan el sadismo, y que se corresponde bastante bien
con el viejo Gótico. La segunda gran
línea tiene que ver con los aspectos marginales de dicha comunidad, puede ser
comprendido como todo un costumbrismo morboso y sus temas predilectos son el
alcoholismo y los vicios en general, la mendicidad y las gestas de los
pilluelos callejeros. La tercera es el gigantesco borrón ético de la esclavitud
y no en vano, no fueron pocas las imágenes arquetípicamente góticas que se
adaptaron a esta realidad moral.
A medio camino entre lo satírico
y lo repulsivo, el pintor David Gilmour Blythe (1815-1865) se especializó en
los aspectos sombríos de los que acabamos de hablar. Temperance Pledge (entre 1856 y 1860) muestra a un hombre en la
encrucijada moral de resistir o claudicar ante una botella de licor, no siendo
tanto una obra moralista como autobiográfica, ya que este artista autodidacta
vivió y murió en lucha con su propia adicción a la bebida. Por otra parte, Man Putting on Boots (1860) es un
retrato perfectamente grotesco donde las limitaciones técnicas de Blythe se
alían con el tema resultando en un feísmo nada arbitrario: se trata de la
sensibilidad de los pintores autodidactas coloniales -los llamados limners- para plasmar un mundo que
escapaba al academicismo que unos pocos pintores del bando luminoso trajeron de Europa.
Washington Allston (1779-1843), que perteneció a esa diáspora de artistas viajados, no pudo evitar que la pesadilla americana alterase su sueño de convertirse en un gran pintor de historia. Unos convulsos años veinte en Boston -un clima político y económico profundamente enrarecido- lo arrastraron hacia temas terroríficos como los plasmados en Saul and the Witch of Endor (entre 1820 y 1821) o Belshazzar´s Feast (entre 1817 y 1843), produciendo una iconografía típicamente gótica y adaptándola a las problemáticas morales de la joven nación. Como en el caso de Blythe, Allston lidió con toda una serie de cuestiones que le afectaban personalmente dado su origen sureño y su consecuente familiarización con una esclavitud condenada a la obsolescencia. Son pues, cuadros que nos hablan tanto de la decadencia de un stablishment como de la incertidumbre provocada por no saber ciertamente qué iba a suceder a continuación.
Además del artista popular y del academicista
cabe citar aquí a John Quidor (1801-1881): el pintor de escenas de Washington
Irving. Quidor fue otro recio limner
tan aficionado a la botella como a las lecturas del famoso escritor y de Fenimore
Cooper. Si bien fue prácticamente un caricaturista, obras como The Money Diggers (1832) o Tom Walker´s Flight muestran aquello que
ni para el costumbrismo modélico ni para la alta pintura paisajística pareció
nunca existir. Aunque muy lejos de la pulcritud con la que Irving lo hizo, Quidor
llevó a su presente las viejas leyendas coloniales, de modo que podemos
ubicarle entre la sordidez social de Blythe y la americanización de mitos de Allston.
Igualmente, queda así justificado porque hemos decidido referirnos a estos tres
góticos americanos entre tantos otros
artistas susceptibles de ser citados.
Claro que hubo otros Blythes,
Quidors y Allstons, así como todo un arte menor satírico vinculado a la prensa
y a ciertos valores inequívocamente coloniales: la llamada cultura Knickerbocker. Así y a pesar de que
“gótico americano” sea prácticamente un oxímoron, sí se dio en el joven país -unas
veces en el intento de nacionalizar el viejo espíritu oscuro, otras plasmando
su pervivencia con verdadera franqueza- algo como un goticismo. Podríamos hablar de un gótico descendido de sus antiguos
pedestales polvorientos para reinventarse en el gigantesco experimento
americano, aunque no menos de las sombras que todo gran foco luminoso proyecta
tras los objetos sobre los que se cierne.
Temperance Pledge
Saul and The Witch of Endor (grabado)
The Money Diggers