5 ene 2012

Nórdicos e italizanizantes en Compostela

Rubens, Brueghel, Lorena. El paisaje nórdico en el Prado
Sede Fundación Novacaixagalicia-Claudio San Martín
De 1 de diciembre de 2011 a 26 de febrero de 2012 en Santiago de Compostela

Quien se pregunte porqué la pintura europea de paisaje nació en la mitad del Viejo Continente que se extiende sobre los Alpes encontrará un buen ramillete de respuestas en esta exposición. El aficionado observador reparará en el modo en que los nórdicos (un término que en realidad significaba los no italianos) se obsesionaron, al menos desde el siglo XV, por la representación de las cosas en detrimento de los conceptos. El estilo italiano -italianizante si venía de un pintor nórdico- nunca dejó de (re)crear un ideal de lo antiguo que no había proyectado aún una mirada franca sobre la Naturaleza; algo que Novalis supo ver perfectamente al escribir que “uno se equivoca cuando cree que existen los antiguos. Sólo ahora comienza a surgir la Antigüedad. Lo hace bajo la mirada y el alma del artista”.

La mirada nórdica se interesó por su presente de un modo muy especial: idealización y observación pura, retórica clásica e interés por lo topográfico, se fusionaron en representaciones cada vez más independizadas de los grandes temas bíblicos y antiguos. Por una parte se sentaban las bases de la representación paisajística moderna: las puertas de lo fenomenológico comenzaban a entreabrirse para que los maestros modernos y contemporáneos por venir (plenairistas, impresionistas e incluso los expresionistas abstractos norteamericanos) cruzaran sus umbrales llegado el momento. Por otra, comenzaban a representarse paisajes humanos desplegados más allá de su carácter local o costumbrista. El cuadro se estaba transformando en una ventana desde la que poder contemplar una imagen del mundo de marcado carácter preenciclopédico: paisaje como suma de actividades socioculturales, de geografías y orografías, como símbolo de la conquista civilizada de la tierra.

De esta manera, la selección de fondos pradeños que nos ocupa muestra muy claramente cómo los Brueghel, Joos de Momper el Joven, Pieter Bout et al son ante todo pintores de espacios transitados. Ya sean bosques, lagos helados, aledaños de una capilla rural o de un palacio, dichos espacios aparecen significativamente domesticados y sus transeúntes (bestias incluidas) parecen celebrarlo una y otra vez. Rubens y Claudio de Lorena son sin duda casos aparte: si la pintura del primero era “una versión internacionalizada o paneuropea del gran estilo italiano” (Alpers), algo como un arte diplomático a medio camino entre lo latino y lo flamenco, resultará prácticamente imposible encontrar impronta nórdica alguna en la del lorenés, más allá de la influencia de Elsheimer y de su nacionalidad francesa.


Afincados en Roma sobre los años veinte del siglo XVI, Cornelis Van Poelenburch, Herman Van Swanevelt y de Lorena fueron los grandes italianizantes elsheimerianos. Cruzaron los Alpes en busca de la luz del Sur: toda una alternativa a la neutralidad transparente de los cielos noreuropeos. Manieras grandes sustituirán a los rígidos y comedidos soportes holandeses y flamencos y sobre todo, la claridad atmosférica nórdica cederá ante los grandes estilos tonales clásicos (herencia tardorrenacentista y veneciana de profundidades cromáticas conseguidas mediante bandas de color). Estos émigrés desbrozarán la senda recorrida por Jan Both, Jan Asselijn y otros artistas entonces conceptuados como modernos. Así, el nuevo naturalismo surgirá de la hibridación entre el interés nórdico por lo objetual (barcos, carros, pertrechos de caza, la Naturaleza misma, etc.) y la persecución romana de la Eternidad. 

Pero la sagacidad nórdica necesitaba algo más que marinas y planicies heladas, de modo que tuvo que hacer una parada en las cordilleras alpinas antes de cruzarlas. Encontraría allí algo tan falto en sus tierras como la luz meridional: la alta montaña. El inexacto conocimiento flamenco y holandés de las geomorfologías montañosas (dibujos, grabados y descripciones de viajeros fueron por mucho tiempo la única fuente de información) se hace patente en no pocos cuadros de Patinir y en el impresionante Paisaje alpino (1600-1615) de Tobias Verhaecht. El de éste pintor es un cuadro insólito y casi absolutamente imaginario que puede oponerse a la representación de montañas de Paul Bril y Joos de Momper el Joven, quienes consiguen verosimilizar unas naturalezas que tampoco conocían demasiado bien.

Las colonias holandesas, entonces en plena expansión comercial, también sirvieron de tema para algunos paisajistas únicamente pertrechados con algunos libros de viajes. Como en el caso de Verhaecht, aparecerían paisajes imaginados, precariamente exotizados, dispuestos a satisfacer el naciente gusto burgués por un arte de lo desconocido que sin embargo jamás dejó de ser puro nórdico con algunos añadidos bastante ingenuos. Hay que decir, no obstante, que éste no fue un problema específicamente flamenco. Se extiende desde la aparición de los primeros mirabilia hasta bien entrado el XIX y serán muchos los pintores europeos que hayan de solventar la falta de conocimiento ultramarino con recursos a medio camino entre la imaginación y ciertas extrañísimas reconfiguraciones de elementos clásicos y cotidianos.

Dicho todo esto y tratándose de una compilación de fondos del Museo Nacional del Prado, solo resta decir que la muestra de la Rúa Vilar es sobre seguro mucho más heterogénea de lo que a priori pueda parecer, lo que sin duda otorga un interés añadido a la exposición. Por otra parte y algo más subjetivamente, contemplar los dos de Lorenas que contiene es por sí solo motivo más que suficiente para recomendar la visita obligada a los no residentes en Madrid; más aún si son lo suficientemente benjaminianos como para disfrutar de un reconfortante baño de auras. La consigna es válida también para quienes -como un servidor- gustan de perderse en los laberintos de craquelados que luchan, sobre tablas y lienzos, contra la promesa de incorruptibilidad con la que los viejos maestros y sus cocinas retaron al inefable paso del tiempo.


Paisaje alpino (1600-1615). Tobias Verhaecht
Paisaje con pescadores y pastores a la orilla de un río (1639-1641). Jan Both