6 sept 2016

Cuando las úes fueron uves


Leer Nº  275

En un tiempo de polarización sociopolítica no se sabe cómo y cuánto de light, se hacen oportunas eventuales revisiones inteligentes de nuestro pasado patrio; se vuelve deseable dedicarle unos minutos al Archivo Luce; darse cuenta de qué España era aquella, más paleta que fascista y menos estéril artísticamente de lo que los tópicos convienen. La cerrazón nació oficialmente en 1945, cuando Robert Capa ya había fotografiado los éxodos miserables que vemos en Barcelona (1939-1998) y que tanto recuerdan a lo que recuerdan, o cuando Kandinsky, Miró et al. habían realizado la serie calcográfica Fraternity, que era un "no convenceréis" internacional publicado en Nueva York en 1939; cuando el llamado Eje había caído y Europa nos abandonaba a nuestra periférica suerte. El caso es que en catorce años caben demasiadas cosas como para sintetizarlas en los nueve bloques que constituyen Campo cerrado. Arte y poder en la posguerra española. 1939-1953, máxime cuando se pasa por la pedagogía y la propaganda franquistas, la arquitectura de la época, el cine y el teatro, la relación en el tiempo y el espacio entre agro y cosmópolis y el exilio, entre otros temas.

En el periodo en cuestión hubo revistas como la falangista Vértice, Reconstrucción, aquella Haz del Sindicato Español Universitario o La codorniz. Pancho Cossío retrataba a los principales ideólogos yugoflechados: Zancajo Ossorio, Primo de Rivera y Ramiro Ledesma. Santos Yubero fotografiaba una larguísima posguerra, Jano se encargaba de la cartelería cinematográfica, Benjamín Palencia pintaba los Paisajes de Vallecas (1943) y Julia Minguillón conseguía el primer galardón femenino de unas exposiciones nacionales de Bellas Artes que retomaron su andadura postbélica en 1941. Escuela de Doloriñas, de ese mismo año, que fue premiado a pesar de sus connotaciones republicanas, genera un simbólico diálogo con el Zuloaga que tiene enfrente -Mi familia (1937)- y que bien podría metaforizar esas complejas relaciones entre Arte y poder que el título de la propuesta sugiere. También se proyectaron monumentos, ora futuristas, ora al estilo ecléctico y clásico que tan caro le fue a los totalitarismos europeos. Se mitificó el campo y la romería, se reprodujo aquí y allá ese arquetipo que a más de un lector le resultará conocido: el soldado, el obrero y el jornalero de espaldas rectangulares y brazos gigantes, marchando juntos, herramienta en mano. En el periodo en cuestión las úes fueron uves y viceversa, y hoy seguimos llamando Cune al vino de la vieja Compañía Vitivinícola del Norte de España.

Gracias sobre todo a D´Ors y al interés del régimen tardío por modernizarse, el arte oficialista convivió con ese otro que no se sentía muy cómodo bajo el yugo nacionalcatólico. Tal es el motivo de que una sala alargada reuna a Uceloy, Lugris, Dalí, Oteiza, Saura, Ferrant, Gutierrez Solana y muchos otros. Luego de los pintores de arenales, muchachos conquenses y paisajes varios, se franquea un quicio efímero hacia la ciudad y sus cosas. Más adelante vienen los exiliados, Picasso, Miró y nuevamente otros y, sin que sea muy ortodoxo decirlo, aquello no acaba nunca. Para entonces uno tiene la sensación de haber dado grandes saltos en el tiempo y, quien la conozca, se preguntará probablemente si no está experimentando los primeros síntomas de una buena fatiga museal. Más allá de todo lo dicho y de sus virtudes, que no son pocas, Campo Cerrado es inmensa, inabarcable y adolece de esta última manía comisarial de proyectar exposiciones ingentes no solo en el excedente -en este caso- de pintura, escultura y material documental. Lo es también en la sobreabundancia de temas solapados, concomitantes a veces, tan relacionados como misceláneos según se hile. Como viene ocurriendo con más frecuencia que la deseable, erra en la mezcla calidad-cantidad, sin que haya otro argumento que esgrimir que la jaqueca que puede llegar a producir el periplo completo por su laberíntico montaje. La lectura diagonal se vuelve más que recomendable para quien pueda soportar pasar por alto una cartela... o dos. Aún así, Campo dice que las úes fueron uves, que luego quisieron ser úes otra vez y que, in illo témpore, pasó de todo aunque hoy no lo parezca.


Ignacio Zuloaga. Mi familia. 1937