16 jun 2014

Entrevista a Rafael Lozano-Hemmer


Leer Nº 253

El pasado 13 de mayo Rafael Lozano-Hemmer presentó su exposición “La abstracción biométrica” en el Espacio Fundación Telefónica (Fuencarral, 3) de Madrid. La muestra reúne nueve obras que interactúan con el público a partir de la medición de sus datos biológicos. Hablamos con el creador del Concurso Internacional de Arte y Vida artificial VIDA sobre una propuesta que hasta el 12 de octubre pedirá la participación del visitante

Dices que vienes de la lectura ¿Podrías explicarte al respecto?

Todos venimos de la lectura. Si te consideras artista y no lees eres un imbécil. Leo mucha literatura latinoamericana, y muchas de las obras de La abstracción biométrica están inspiradas en el trabajo de Adolfo Bioy Casares. En La invención de Morel (1941), Bioy escribe sobre una nueva tecnología posfotográfica que captura la presencia tridimensional de unos personajes, que luego reproduce en el espacio vivo de una isla; es una historia bellísima en la que el protagonista se enamora de una grabación y… no cuento más. La idea principal es que “presencia” y “ausencia” no son opuestos autoexcluyentes, y el relato de Bioy Casares remite a esa posibilidad de solapar el pasado y el presente.

Has expresado tu interés por la poesía y por su capacidad de suscitar diferentes interpretaciones ¿Mencionarías a algún poeta o teórico literario que haya influido decisivamente en la gestación de tu discurso artístico?

Además de gustarme mucho la obra de Octavio Paz, me interesa su capacidad para entender que la poesía se puede traducir. Paz era un verdadero proponente de su traducción. Es un tema bastante espinoso, pero lo encuentro fundamental a la hora de trasladar sensaciones a través de diferentes disciplinas. Si tomas sus relatos sobre la traducción y los llevas al campo del arte visual, verás que son perfectamente aplicables.

En la descripción de La abstracción biométrica se lee lo siguiente: “La exposición incorpora formas críticas y poéticas con el objetivo de sensibilizar al público y lanzarle preguntas que le hagan reflexionar, basándose como siempre en el componente tecnológico”. ¿Podrías hablar someramente de la clase de reflexiones que crees que tu obra podría generar?

Mis obras tratan sobre temas manidos por los artistas; temas que tienen que ver con la traición, la soledad, la muerte, los límites, las transgresiones, las hormonas… En La Abstracción biométrica, tienen que ver especialmente con la idea de que el retrato se puede convertir en paisaje; es decir, en una relación con otros elementos panorámicos.


Hemos leído hasta la saciedad cómo el arte del siglo XX puede reducirse a una buena comprensión de Duchamp y Picasso. ¿Añadirías algún otro nombre propio con el fin de actualizar este canon fundacional, en su devenir hacia el presente?

(Risas) Sin duda. Pondría el trabajo de Gyula Kosice. Se trata del artista argentino pionero de las esculturas articuladas, el neón, los inflables, el arte hidrológico. Empezó en los cuarenta y sigue vivo, pero –desgraciadamente- no se le ha reconocido lo suficiente. Es uno de los quince o veinte nombres que deberían incluirse en este tipo de listados.

Has dicho que “hoy las obras de arte son las que nos miran y nos escuchan” y, sin embargo, en grandes ferias de arte contemporáneo como las últimas ARCO, es fácil comprobar la vigencia de soportes y planteamientos convencionales. ¿Crees que la producción de obra tecnológicamente interactiva evoluciona hacia un status idiosincrático, o la concibes como una tendencia más?

La interactividad siempre ha existido. Duchamp –volvemos a él- dijo que es la mirada la que hace al cuadro. Cuando el público interpreta y crea, a través de su lectura de la obra, entiendes que incluso una pintura o un soporte convencional puede y debe ser interactivo. Respecto a ARCO, hay que recordar que es –sobre todo- una plataforma definida por esa convencionalidad: allí es difícil hacer instalaciones más arquitectónicas o más inmersivas. Sin embargo, estuve en la última edición y vi muchísimo arte interactivo. Poco a poco, los raros serán los museos que no tengan arte electrónico. Al final, es parte de nuestra cultura contemporánea, y alguien que no se interesa por las tecnologías no está interesándose por sí mismo.

No hay duda de que conoces el trabajo de Orlan, Stelarc o Kevin Warwick (performers que han intervenido su propio cuerpo generando serias polémicas) ¿Relacionarías tu trabajo con el de alguno de ellos?

Sí. Solo que no tengo esa visión de sacrificio –casi católica- de la autoflagelación (que en el caso de Orlan es más bien maya). Encuentro la idea de la transformación del cuerpo propio muy viable e importante, y la sigo y disfruto mucho, pero intento hacer un trabajo diferente al de quienes ya hacen muy bien el suyo. Creo que el arte de la modificación del cuerpo es muy maduro, con fantásticos exponentes como los que citas. No tengo mucho con lo que contribuir, sin que por ello me guste menos. Me gusta mucho como consumidor.

Parece que tu obra no va dirigida a ningún target en concreto, y que en ese sentido es más integradora que elitista, en tal caso ¿Recomendarías La abstracción biométrica a nuestros lectores? Y ¿En qué términos lo harías?

Lo haría invitando a la gente a curiosear por nueve instalaciones que piden su participación, pero al mismo tiempo, lo haría sin esa vocación democrática que de repente se me ha asignado. Le Monde me llamó “el artista megalodemócrata” y, aunque me gustó el término, gran parte de mis obras –desgraciadamente- se presentan como una especie de propuesta emancipadora y entretenedora del público, cuando muchas de las que la exposición contiene son lúgubres; tratan temas tenebrosos que te hacen reflexionar. De hecho, si participas demasiado de una de las obras (Respiración circular y viciosa, 2013) mueres, luego, no quiero que la gente venga aquí pensando que su participación es emancipación. La abstracción biométrica reúne una serie de obras monográficas –sujetas a un tema muy particular- que van desde el asombro hasta la muerte.