27 jun 2014

El trascendentalismo y su tiempo


Revista de Occidente Nº 397. Junio de 2014. Págs. 85-95 (viñeta de Carlos León)

Emerson y Thoreau, a modo de introducción…

Quizá una de las maneras más aconsejables de poner la primera piedra discursiva en una iniciación al trascendentalismo norteamericano sea la inevitable alusión a Kant. Ciertamente, el trascendentalismo toma su nombre de la kantiana Crítica de la Razón Práctica (1778); concretamente del pasaje en el que el filósofo prusiano llama “trascendental a todo conocimiento que se ocupa, no de objetos, sino de nuestro modo de conocer objetos en tanto es posible hacerlo a priori”. Mentado Immanuel Kant (1724-1804), habremos de detenernos seguidamente en el norteamericano Ralph Waldo Emerson (1803-1882): no solo un escritor, filósofo y poeta bostoniano, formado en Harvard y muy pródigo en su época, sino una de las primeras voces intelectuales que abogaron por la emancipación cultural e identitaria de los Estados Unidos de América frente al hegemónico Viejo Continente.

Emerson no es solo la figura central del trascendentalismo y el padre intelectual de Henry David Thoreau (1817-1862), sino que escribió obras fundacionales como Nature (1836) o The American Scholar (1837) y fue un personaje magnético y carismático que aglutinó a su alrededor a la camarilla poco definida de pensadores neoingleses que hoy se agrupan bajo el ismo en cuestión. Fue también uno de los grandes responsables de que algunos textos filosóficos alemanes de los siglos XVIII y XIX y el romanticismo británico cruzasen el Atlántico para ser reinterpretados; leídos a la luz de la naturaleza primigenia que abrazaba por todas partes a Concord (Massachusetts) y a escritores como Nathaniel Hawthorne (1804-1864), Louisa May Alcott (1832-1888) o –no muy lejos de allí- Emily Dickinson (1830-1886).

Henry David Thoreau, nacido como David Henry y fallecido a los cuarenta y cuatro años, a causa de la tuberculosis, pronunció dos últimas palabras bien significativas: “moose” (alce) e “indian” (indio). Estudió en Harvard y apenas salió de Concord en vida; de ahí sus célebres “Concordialy yours” (concordialmente suyo) y “I have travelled a good deal in Concord” (he viajado mucho en Concord). A pesar de la imposibilidad de aproximarse a Thoreau sin pasar por Emerson, ambos pensadores acabaron por divergir respecto a toda una serie de ideas unidas por una raigambre común. Puede decirse pues, que –en consonancia con lo expresado por Antonio Casado en la muy recomendable Thoreau. Biografía Esencial (2005) - Henry procuró saltar de algún modo las vallas sobre las que Emerson se limitó a teorizar.

Las tiranteces entre Emerson y Thoreau también tienen un componente generacional. Mientras el autor de Nature perteneció a un background intelectual aún muy deudor de las viejas tradiciones altoculturales anglogermanas, su joven colega puso manos en la obra de construir una identidad americana en la que el Scenery se perfilaba como la única Historia digna de ser tomada en consideración. He aquí el provincianismo que Henry James achacó a Thoreau, quien sustituyó el Grand Tour que los scholars (intelectuales norteamericanos) emulaban de los europeos por sus consabidas caminatas hacia el oeste; paseos de los que da cuenta especialmente en Walking (1862), y en los que se establece una relación trascendental entre la acción de caminar a través de los bosques y el pensamiento que de dicha actividad dimana. Resumiendo, Thoreau es quizá el gran precursor de lo que cada vez se conoce más como Nature Writing, mientras Emerson –que sin duda desbrozó el camino a su pupilo- fue más bien un americanizador de los romanticismos germano y británico.

No ha de extrañar que Emerson, viejo y afectado de una perdida senil de memoria, no dejase de preguntar cómo se llamaba el que había sido su mejor amigo, naturalmente, en referencia a Henry David Thoreau. No ha de hacerlo porque aquel fue en cierto sentido el aprendiz que superó a su maestro, a partir de una tozudez poco predispuesta a conciliar las contradicciones que afloran en muchos de los rincones del legado emersoniano, y de las que –después de todo- Thoreau tampoco se pudo liberar; un problema que ya había inquietado sobre manera a Leopardi (1798-1837), como muestra su Zibaldone (1898), y a una larga serie de prerrománticos y románticos al otro lado del Atlántico.

Con todo, de las semillas románticas que Emerson plantó en los bosques neoingleses brotó una especie de optimismo paisajístico bien distinto del fatalismo europeo; una celebración de la Naturaleza que encuentra expresión inconográfica en la pintura de escuelas pictóricas  como el luminismo o la trigeneracional Hudson River School. Hasta cierto punto, puede afirmarse que Emerson solucionó dialécticamente los problemas que su filosofía (no era un filósofo en sentido estricto) presentaba, mientras que Thoreau –como algunos pintores hudsonianos- optó por la disidencia vivencial en la frontera; por convertirse en un Frontiers man o –si se quiere- en una versión intelectual de los buhoneros, leñadores y gentes de los bosques que tanto admiraba.

Casado da Rocha habla de un Thoreau que va y viene de la civilización a la Naturaleza, que recolecta pequeñas cosas en ambos lugares, y que genera –añado yo- una especie de discurso fronterizo, alternativo y resolutivo. Y es que el Wilderness va desplazándose irremediablemente hacia la frontera a medida que corre el siglo, y el hombre hecho a sí mismo que arquetipizó Emerson –profundizaremos en él- va quedando condenado a la disolución en nuevos valores o a la resistencia del Frontiers man. Lamentablemente, la propuesta de la Naturaleza como ente regulador de las conductas individuales cedería ante el empuje de un progreso ciego que transformará su idealización en propaganda expansionista, y en símbolo de una grandeza nacional cifrada en términos materiales.


Thomas Cole. Summer Twilight. A Recollection of  a Scene in New England. 1834


   Una aproximación al trascendentalismo

En Norteamérica no se inventa nada estrictamente autóctono hasta la aparición en escena de Thoreau y Walt Whitman (1819-1892). Washington Irving (1783-1859) americanizaba leyendas europeas como la de Los siete durmientes de Éfeso (The Return of Rip Van Winckle, 1819), los poetas que constituyeron los grupos de los Brahamines o los Fireside Poets trabajaban un gentle style anticuado ya en su propia época y los trascendentalistas traducían una importante serie de textos alemanes en la revista que Margaret Fuller (1810-1850) dirigía: The Dial (1840-1929). Claro que Emerson rompió las primeras lanzas con su defensa de la lingua communis, el voto de confianza que finalmente otorgó a su propia nación y su calificación de Whitman como maestro nacional.

Entendiendo que son muchos los nombres que podrían presentarse aquí, no ha de dejar de mencionarse el de William Ellery Channing I (1780-1842). Channing –abuelo del poeta homónimo y gran amigo de Thoreau- desbrozó las primeras masas de maleza en el camino que partió del Unitarismo puro hacia la revisión que cristalizó en lo que hoy conocemos por trascendentalismo. A su manera inconfundiblemente literaria, Emerson sistematizaría la propuesta de aquel pastor con la ayuda de  toda una serie de lecturas suaves de Kant, Fitche, Hegel y Schelling et al por una parte, y de la influencia de Carlyle y los lakistas por otra. Esta curiosa hibridación generaría el ambiente nuevo en el que se gestaron Nature, Walden (1854) y otras obras trascendentalistas como las escritas por Amos Bronson Alcott (1799-1888) o Theodore Parker (1810-1860).

Así, es imposible comprender el trascendentalismo sin detenerse en su raigambre unitaria y específicamente neoinglesa. El Unitarismo es una corriente religiosa de raíz cristiana y carácter reformista que reivindica la libertad individual en relación a la vivencia de la fe y que se revela contra el arquetipo trinitario y otros dogmas propios –por así decir- del cristianismo institucionalizado. Premisas como la experiencia directa de la Naturaleza y la comprensión holística de aquella permitirán el nacimiento del trascendentalismo como una versión más intrépida aún de la espiritualidad unitaria. Hasta cierto punto, explican también el carácter transcultural de la propuesta emersoniana –su integración de fuentes orientales y occidentales en una filosofía no demasiado sistematizada pero alternativa- y su reivindicación de la interpretación del presente-Naturaleza en detrimento del pasado-Historia.

Es frecuente que ciertas lecturas parciales y descontextualizadas de Thoreau omitan el carácter puritano del autor de Walden. Sylvain Tesson, autor de La vida simple (Une vie à coucher dehors. 2009), un libro de orientación waldeniana y calidad literaria bastante discutible, no se equivoca –omitiendo el desdén que muestra- cuando se refiere a “los sermones de contable calvinista” de Henry David. Así, las filiaciones de H.D. con ciertos movimientos anarquistas contemporáneos no pueden dejar de ser como poco conflictivas, especialmente cuando es fácil demostrar que su pensamiento está más cerca del neoliberalismo que de cualquier movimiento que acepte entre sus bases las doctrinas del materialismo dialéctico.

La fotografía del vocalista de The Eagles, Don Henley y el matrimonio Clinton caminando por Walden Woods en la apertura del Thoreau Institute (RICHARDS. Paul, J. AFP/ Getty Images. 1998) da cierta cuenta de la proximidad del legado Thoreau con el stablishment estadounidense. Quiere decirse que fue más un pensador progresista que un activista radical, y que Walden es más una lectura obligada de High School que un manifiesto antisistema. Más allá de la paradoja aparente y haciendo gala de un marcado carácter estoico, Thoreau supo extraer de la Naturaleza un civismo espiritual que denunciaba la ruindad de las relaciones sociales convencionales, la tolerancia con respecto a la esclavitud y otras tantas lacras por todos conocidas. 

Aunque vemos que, menos en Thoreau que en Emerson, menos en quien pasó a la acción que en el creador de todo un pensamiento pretendidamente dinámico y sincrético, el lenguaje religioso es notablemente manifiesto en los autores trascendentalistas. No es menos evidente la identificación absoluta de Dios con la Naturaleza y –por tanto- la de la voluntad de conocerla con el conocerse. A pesar de las mentadas contradicciones que jalonan el pensamiento y las letras del gurú de Concord, Emerson propone buscar en la Naturaleza lo que las tradiciones y los viejos sistemas de pensamiento ya no pueden ofrecer. En definitiva, tanto el impulso reformista como el carácter adogmático del trascendentalismo son reconociblemente unitarios, bien que transformados en una suerte de religión individual que explica eficientemente una de las frases predilectas del autor de Nature: “Ne te quaesiveris extra” (No te busques fuera de ti mismo).

Hasta cierto punto, Emerson y Thoreau reaccionaron intelectualmente a los movimientos comunitarios que se extendieron a lo largo y ancho de la Norteamérica decimonónica. Henry David, a pesar de su consabido llamamiento a la desobediencia civil (Resistance to Civil Government. 1849) y su abolicionismo comprometido (A Plea For Capitan John Brown. 1853), no militó jamás en movimiento organizado alguno. Por otra parte, no ha de chocar que Emerson hablara del “genio insulso” de un país transformado en laboratorio experimental de toda clase de proyectos comunitarios; proyectos utópicos frecuentemente divorciados del más elemental sentido común. Para uno y otro, todo progreso social empezaba en la transformación individual y ésta, a su vez, en la contemplación trascendental de la Naturaleza.

Terminaremos recordando que el trascendentalismo coincidió en el tiempo con el Comeoutism (el afloramiento de sectas cuáqueras, shakers, mormonas, etc.) y con proyectos laicos como el socialismo fourieriano, la Brook Farm que tanto disgustó al escritor –cercano al trascendentalismo- Nathaniel Hawthorne (1804-1864) y otras como New Harmony, Icaria o Fruitlands (fundada en Harvard por Bronson Alcott). A pesar del tibio interés que algunos de aquellos proyectos suscitaron en ciertos trascendentalistas, todas estas manifestaciones gregarias no solo constituyeron una enorme antagonía del “Ne te quaesiveris extra”, sino que alojaron realidades tan sórdidas como las reflejadas por Hawthorne o Melville (1819-1891) en sendos testimonios, y que gozan de una inquietante vigencia en nuestros días.


El ideal del Self made man

Va haciéndose patente que el ideal del hombre hecho a sí mismo encaja con la defensa del pensamiento propio y la confianza en uno mismo. Desde la autoformación, el Self made man reacciona contra la aceptación irreflexiva de sistemas de pensamiento puramente exotéricos, caminando hacia el autoconocimiento a través de la Naturaleza. En cualquier caso, el ideal Smm se relaciona indefectiblemente con un individualismo muy específico, en el que ciertas circunstancias de adaptación a un medio salvaje tienen un peso que no conviene pasar por alto. Sin ir más lejos, la célebre frase emitida por Emerson cuando conoció Inglaterra, “England is a Garden!”, denota elocuentemente hasta qué punto la vida colonial en la Nueva Inglaterra decimonónica estaba entreverada con el Wilderness.

En sentido similar al anterior, sabemos que uno de los lugares comunes de la crítica waldeniana (en referencia al ya clásico Walden or Life in the Woods de H. D. Thoreau, 1854) tiene que ver con la acusación a Thoreau de haberse retirado demasiado cerca de la villa de Concord, en terrenos de los Emerson; demasiado cerca del agro civilizado como para reivindicar una vida deliberada en los bosques. En definitiva, se trata de un razonamiento que, más o menos conscientemente, omite una característica esencial del contexto en cuestión: la frontera entre villas y bosques era aún significativamente estrecha e indefinida, del mismo modo que el granjero y el intelectual eran frecuentemente la misma persona.

En el Smm se encuentran de algún modo tres pautas bastante equilibradas: la autosuficiencia, la necesidad de formación intelectual y la reivindicación de una colectividad basada en la mejora individual. La primera de aquellas explica –entre otros motivos- el porqué del interés que una obra como Walden suscita hoy entre un colectivo bastante heterogéneo de lectores no especializados. Los problemas que acucian al ciudadano medio en la actual fase de civilización occidental –problemas que los trascendentalistas previeron- invitan a la búsqueda ciudadana de alternativas vitales al deterioro de nuestros estados de bienestar; todo ello sin contar con que la autosuficiencia viene a ser la contrapartida física de la autonomía inmaterial que ofrece la autoformación.

Enlazando un tema con otro, el “auto” que prefija la formación que Emerson teoriza tiene que ver con una Norteamérica en la que la Academia, el saber institucional, se circunscribía a ciertos ambientes elitistas que seguían mirando hacia Europa y –en muchos casos- despreciando su propia cultura vernácula. En gran medida, el intelectual norteamericano decimonónico estaba abocado a formarse al margen de toda una serie de instituciones que aún estaban en pañales; como Whitman, a recibir una educación primaria y leer desordenadamente “a algunos clásicos griegos, Shakespeare, Hegel, Cervantes, un libro de ciencia divulgativa y las leyendas indostánicas” (Francisco Alexander). Hay, no obstante, algo más: el intelectual norteamericano habría de completar con grandes dosis de vivencia la exigüidad de su bagaje literario.

Puede afirmarse algo parecido respecto a los paisajistas de la Escuela del Hudson. Frente a un número reducido de pintores de Historia formados en el Viejo Continente (y que generalmente pertenecían a las clases dirigentes), un artista fundacional como Thomas Cole (1801-1848) aprendió a dibujar a partir de un libro de grabados que un pintor itinerante –el señor Stein- le prestó. Podemos decir además que –en paralelo al caso Whitman- conocía deslavazadamente la pintura de maestros clásicos como Salvatore Rosa, Claudio de Lorena o John Martin. En la experimentación vivencial del paisaje, pues, descubrió el camino hacia una pintura propia que acabaría por sublimar las limitaciones técnicas propias del autodidactismo; algo parecido a la “ingenuidad de la infancia y el vigor del arte primitivo” que José Martí vio en el cuadro Prisoners from the Front (Winslow Homer, 1866).

El reto emersoniano consistía en crear una cultura democrática lo menos deudora posible del pasado europeo y, sobre todo, que fuese específicamente estadounidense. De ahí sus recurrentes reivindicaciones de mirar al presente y su ensalzamiento del individuo frente a toda una serie de comportamientos gregarios típicamente americanos. Por otra parte, hay en sus escritos una cierta dialéctica entre niveles micro y macro, y la confianza individual se corresponde subrepticiamente con la confianza de la nación en sí misma. El país había de formarse a sí mismo al modo de Whitman y Cole, recurriendo para ello a un excipiente que es a la vez el auténtico pasado: la Historia inmemorial de una Naturaleza que el Reverendo Channing ya había identificado con Dios en su Self Culture (1839).

Mientras que para Washington Irving, Poe (1809-1849) o el poeta Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882) el Scenery no era más que un tema literario equiparable al de lo indio o las leyendas coloniales, para Emerson era el continente de “toda una analogía entre ética, estética, política y Naturaleza” (Antón Pacheco). Del mismo modo, el Smm debía conciliar una relación íntima con el paisaje con “un estado de ánimo liberal” como el que Thoreau dijo que le indujo el Leaves of Grass (1855) de Whitman. El trascendentalismo vino a decir al americano medio lo que Ruskin recomendó a los artistas ingleses en Modern Painters (1843): “que fuesen a la Naturaleza con toda la ingenuidad de su corazón, y caminasen hacia ella laboriosa y lealmente, sin otro pensamiento que el de penetrar mejor en sus designios”.

Resumiendo, el Smm ideal vuelca su autoinstrucción natural en una república definida –de nuevo Channing I- como la Universidad de las gentes. El círculo se cierra de algún modo volviendo a la imagen del individuo que va y viene de la civilización a la Naturaleza; que integra un conocimiento libresco no institucionalizado en la experiencia directa de la Naturaleza y viceversa, o, expresado con sencillez, que piensa por sí mismo. Cerraremos así esta pequeña aproximación al trascendentalismo con ciertas palabras del Self-Reliance (1841) emersoniano: “cuando un espíritu es sencillo y recibe la sabiduría divina, todo lo antiguo se desvanece; medios, profesores y textos se derrumban. Esa sabiduría vive en el ahora, absorbiendo pasado y futuro en el instante”.