27 oct 2011

Bas Jan Ader y la búsqueda de lo milagroso


Su padre fue un calvinista asesinado por auxiliar a judíos durante la ocupación nazi de Holanda. No extraña pues la familiaridad de Bas Jan Ader con la tragedia ni su profunda sensibilidad espiritual, ambas desde su más tierna infancia. Lo supe al ver algunos de los libros que leía en In Search of The Miraculous (Pedro del Llano. CGAC, 2010), aquellas lecturas más propias de Novalis que de un artista conceptual de los sesenta californianos. En efecto, Jan Ader perteneció a la generación de jóvenes artistas afincados en Los Angeles que sentaron (o siguieron sentando, más bien) las bases de esa producción artística de tipo performativo a la que ya estamos tan tediosamente acostumbrados.

Quizá haya sido el impresionante temporal que azota hoy Vigo el motivo de que escriba ahora sobre Ader. Sobre aquel Julio de 1975 en el que consumó una probabilísima inmolación al abandonar la Costa Este norteamericana por Cape Cod en la pequeña embarcación deportiva Ocean Wave. Así fue como su delirante intención de cruzar el Atlántico hasta Falmouth, Inglaterra, se transformó en desaparición; no tanto en un sentido simple y llanamente físico como en desaparición medularmente romántica. Con todo, el holandés ya había realizado una travesía anterior desde Casablanca hasta San Diego, lo que pone de relieve tanto su experiencia náutica como su doble compromiso trascendental con el arte y la Naturaleza.

Lo cierto es que tanto en Estados Unidos como en su tierra natal, prácticamente toda la producción artística de Ader comparte un mismo sabor tragicómico y sin embargo imbuido de una fortísima herencia romántica. Si Farewell to Faraway Friend (1971) es un claro homenaje a Friedrich y todo su trabajo sobre “la caída” puede entenderse como serie preambular de su última realización (quizá no tanto por una intención de caer como de exponerse al naufragio, de transformar aquello que Delacroix, Gericault y tantos otros representaron en experiencia tangible e individual; de convertirlo en posibilidad), In Search of The Miraculous es una contundente reivindicación de lo experiencial como camino de conocimiento. Es entonces posicionamiento ante una vida que sólo puede ser incierta desde la pasividad existencial; una solución alternativa para quienes no están dispuestos a dar el salto de fe del que durante siglos nos han venido hablando nuestras religiones.

Una misteriosa causalidad quiso que el segundo y postrero viaje intercontinental de Ader terminase de nuevo en San Diego, aunque esta vez el de los muelles coruñeses donde acabaron su sexante, algunas de sus pertenencias y lo que quedaba del malogrado Ocean Wave. Allí fueron a parar los restos del naufragio después de que el Eduardo Pondal los izase a bordo en el Gran Sol. Un día dejó de vérselos junto a las redes y la impedimenta marinera allá donde se dejaron y nunca se volvió a saber. En cualquier caso, Bas Jan Ader murió llevando a cabo un proyecto fascinante y trascendente de su propio contexto de producción; un proyecto que valía la pena. A Del Llano le hubiese gustado coronar su exposición en el CGAC con el cadáver de la embarcación en la que los marineros gallegos encontraron el pasaporte del artista. A mí también: hubiese sido fascinante.